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“Decidí dejar la maricada para ser feliz”

“Derrumba esas puertas del armario, ponte en pie y comienza a luchar”.

Por: Samuel Romero – Antonella

Para encajar en la sociedad traté de tener novias, sin embargo, eso solo aumentaba mi frustración; ¡Y ni hablar de los adultos! esa situación fue más difícil porque tuve que armarme de valor para reconocer ante mi familia, lo que, en ella todos intuían, lo que ninguno se atrevía a decirme a viva voz. De ahí en adelante tuve que vivir y sentir el hostigamiento de aquellos que creen que la homosexualidad es una enfermedad o un grave pecado por lo que, tuve que ir a charlas con líderes religiosos y psicólogos, hasta un día cuando por fin me rebelé.

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Hoy, solo hasta que me preguntan por mi historia, entienden que soy un chico normal, aunque confieso que para llegar a eso he tenido que pasar por muchas experiencias: una de ellas por ejemplo, ocurrió con la profesora de matemáticas de mi colegio; yo había depositado en ella mi confianza pensando encontrar una guía debido a su vida espiritual, más promulgada por ella misma que conocida por los demás y a la que ella respondió con cuestionamientos como: ¿Samuel, estás seguro de que te gustan los hombres? ¿Estás seguro de que no te violaron de pequeño? Y con consejos como: “Samuel no te depiles las axilas porque eso te hace perder tu hombría”. Yo le respondía, “Nada de eso que usted dice me ha pasado, no he sufrido un trauma, no soy producto de una aberración y mucho menos soy un pecador. Me recalcaba que debía convertirme para que saliera de mí ese gran “demonio” que se llama homosexualidad, lo que generaba incertidumbre en mí.

Solo yo sé cómo me sentía mientras mi profesora buscaba la oportunidad para mover fibras dentro de mí para hacerme sentir una profunda tristeza; incluso, empecé a cogerle fastidio a las matemáticas. Ella siempre cogía su clase para hablar de Dios como si a mí me importara su religión, diciendo: “Muchachos no cometan adulterio, y quienes están aquí y son homosexuales, conviértanse porque eso es pecado”. Nombraba a un profeta que según ella fue homosexual, y que al haber recibido a Cristo en su corazón se había vuelto hombre: me decía delante de todos mis compañeros adolescentes: “Samuel, si él pudo, tú también puedes”. Todas las recriminaciones anteriores me hicieron estallar y un día cualquiera, con mucha rabia le dije: “A usted qué le importa, si quien lo va a vivir soy yo, no usted”, y me fui de su clase. Me persiguió por los corredores del colegio y me llevó a coordinación diciendo que yo le había faltado al respeto.

Como en los colegios se promulga la defensa a personas y no a hechos correctos, mi coordinadora terminó dándole la razón: decía que fui yo quien la había irrespetado, porque acostumbraba a contestarle mal. yo le respondí refutándola: “Usted sabe que eso no es verdad; le dije eso porque usted está intentando imponerme su religión, diciendo que mi sexualidad es un pecado”, y ella respondió con un: ¡Ay Dios mío! ¡no digas eso que nunca busco imponerle mi religión a nadie! Cuando el problema salió del colegio, mi mamá tuvo que interponer una queja en contra de la profesora, porque en una de las tantas reuniones con mi mamá y con los directivos, ella insistía en que se debía investigar si me habían violado de pequeño, y le sugería que me llevara a la iglesia a la cual ella asistía. Menos mal, mi mamá siempre me defendió, y le recalcó que no fuera irrespetuosa, que yo había nacido así, que eso no era un pecado y que, por el contrario, parecía que ella sufría una obsesión con que yo fuera una persona “normal” (normal para ella).

Y como si esto fuera poco, también tuve que lidiar con los profesores varones y con el rector, un hombre de pensamiento machista que parecía disfrutar ridiculizarme, mientras me recalcaba que ser gay no estaba bien; de hecho, llegó hasta el punto de intentar impedir mi grado, debido a problemas que inventó, cuando en el fondo sabíamos que todo se debía a mi sexualidad. La presentación personal y la exigencia en mi colegio nunca fueron las mejores, y eran pocas las personas exigentes en realidad al respecto; por esta razón, todos andaban con chaquetas de colores, zapatos que no correspondían al uniforme, las niñas llevaban maquillaje exagerado y nunca se les llamaba la atención. Yo siempre fui pulcro y organizado, y me gustaba verme bien, pero cada vez que el rector me veía en el patio con el primer diseño de la chaqueta de Prom, que por error quedó con capota, se iba lanza en ristre contra mí, diciéndome que era lo peor y llamaba a los coordinadores para que me sancionaran, cuando a mi alrededor había gente mucho peor. También recuerdo al profesor de educación física, que, para explicar ciertas cosas relacionadas con los ejercicios, usaba de ejemplo a las personas homosexuales, indicando que su cuerpo tomaba fisonomía de mujer porque no ejercitaban los músculos que los demás hombres ejercitaban. Al observar la bandada de personas que se iban contra mí, pedí ayuda a la Seccional de Diversidad Sexual escolar de la Secretaría de Educación, y ahí conocí a “Barbarita” que me ayudó a romper los estigmas que tenía mi institución con las personas homosexuales.

Barbarita también se encargó de ayudarme a hablar con el rector, porque según los rumores del colegio, eran que Almanza me iba a expulsar y no me dejaría graduarme con los de mi generación,
debido a una discusión que tuve, porque le presenté una carta donde me quejaba de la profesora Claudia. Él me había respondido que eso era “uno de los tantos berrinches suyos”. Sin embargo, se asustó mucho cuando se enteró de que yo había enviado mi queja y el inadecuado manejo del bullying que hacían muchos profesores contra mí, con copia a la Secretaría de Educación. Dijo que iba a evaluar el caso, creo que aún sigue evaluándolo, porque después de tres años de haberme graduado, este es el día en el que aún no recibo la respuesta. El hecho se complicó tanto que el rector estaba pensando en graduarme por ventanilla. La justificación que le daba a mí mamá, era que había tenido inconvenientes con mis compañeros adolescentes por mi preferencia sexual, pero todos sabíamos que era porque él decía que en el colegio no tendría a una persona homosexual que generara molestia en todos, y porque su machismo tenía más peso que las peticiones de ayuda de uno de sus estudiantes.

En el colegio no solo recibí insultos y desprecios de las personas que me rodeaban, también puedo decir que recibí mucho amor departe de tres profesoras: “mamá Lilian“, como yo le decía, porque en eso se convirtió, porque veía que todos me juzgaban y porque sabía que ese lugar se había convertido en un lugar oscuro, que llegué al punto de no querer estar allí, pero ella con sus consejos y fuerza me alegraba mi estadía en el colegio. “Mi profe Mónica”, fue la persona que me enseñó a fortalecer mucho mi auto estima. Recuerdo mucho cuando me dijo: “no pelees con personas que debido a su crianza tienen vacíos en su corazón; tú eres como eres, y que las demás personas no importen. Quiérete a ti mismo, que los demás no lo valen”. Mi profe Carmen Julia alias “la poeta”; ella me enseñó a ver la vida de otra forma por medio de la poesía. Ella siempre vivió enamorada desde una vez cuando declamé un poema de Rafael Pombo: “me decía, mi Rafael Pombo, el poeta de los niños”. Siempre me presumía con los demás estudiantes del colegio de los otros cursos.

Hoy puedo decir que me acepto, que soy un joven con metas y proyectos, que sueña con tener una familia, ser papá, por qué no, enseñar a las personas desde el amor, que es como pienso que se puede enseñarle a la humanidad, porque el amor es la base de todo, e intentar explicar que el hecho de ser gay no me hace una persona morbosa ni peligrosa; quiero mostrar otra cara de mi comunidad y borrar esa imagen de promiscuidad y vicio que muchos han desfigurado con sus actos, y mostrar que somos personas que tienen metas y proyectos.

Siempre me he considerado un joven que piensa, siente y tiene biológicamente todo en su lugar, solo que me gustan las personas de mí mismo sexo. Cuando lo entendí pude hacer que los demás lo comprendieran. Supe que no podía ignorar mi sexualidad, y hasta que dejé la maricada de no aceptarme, aprendí a ser feliz.

Ahora que soy capaz de decir abiertamente que soy gay, la frustración ha desaparecido, mi autoestima ha regresado. Soy una persona segura y ya no espero la aprobación de los demás, ni juzgo a quien me juzga.

Entiendo que las actitudes excluyentes y agresivas son producto de la educación cultural que llena a la sociedad de tabúes y temores. Por eso, espero que mi testimonio de vida contribuya en este proceso de aceptación de la comunidad LGBTIQ+ en la sociedad.

| Nota del editor *

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