Desde que el conocimiento se institucionalizó y se enclaustró en escuelas y universidades al modelo de las fábricas y las cárceles, se ha dicho que la educación ha estado en crisis. Educadores, padres de familia y estudiantes han tenido que repetir una y otra vez: “la educación está en crisis”. Pero si por crisis se entiende el cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, como lo define la RAE, habría que decir que la educación en Colombia no está en crisis. Y no lo está porque en ella no se han dado cambios profundos y de consecuencias importantes, sino reformas que tienden a ir hacia atrás en vez de avanzar. En el afán de copiar los ideales ilustrados europeos, la educación colombiana mantiene, entre otras cosas, su estructura colonizada inicial, el enfoque pedagógico tradicional y los recortes económicos por parte del Estado que son cada vez más fuertes.
De manera que en Colombia la educación si está en crisis, pero no en el sentido de cambio, sino en el de permanencia: en el sentido de permanecer en el siglo XVIII en pleno siglo XXI, cosa que se refleja incluso en el salario de los docentes. Pero como si esto fuera poco, el paro nacional de educadores no tiene que ver únicamente, como muchos medios intransigentes y personas mal informadas (¿malintencionadas?) lo han querido vender, con la pésima retribución salarial que reciben los educadores por esta fundamental labor; sino con la reivindicación y dignidad de la educación en general, de los niños, los padres, y, de esa Colombia que, desde su gran proyecto de nación hasta hoy, no ha logrado poner a la educación como eje central, sin el cual, cualquier intento como este puede venirse abajo, como ha venido pasando y como lo puede reconocer su misma historia.
La falta de atención en la educación ha respondido a diferentes elementos históricos que se han tejido a partir del aparato ideológico y represor del Estado, el cual ha sido manipulado por una pequeña casta de políticos, y ahora, por las grandes multinacionales, los bancos y los empresarios del país. Es por esta razón que en el día de hoy nos acompañó un “obrero de la educación” como lo es el docente Julián Cárdenas. Un apasionado por la educación que, junto a más de 60.000 maestros, marcha por las calles del país alzando su voz contra un Estado neoliberal que vela únicamente por los intereses de las grandes élites y la propiedad privada, sometiendo la educación a la lógica mercantil de la oferta y la demanda, es decir, comprendiéndola no como un derecho fundamental, sino como simple mercancía.
Es así como Julián, a partir de su experiencia, nos contó que el paro no es sinónimo de cese de actividades, sino de una pedagogía de lucha en la que se crea consciencia política y se enseñan nuevas formas de participación ciudadana. Para él es importante que todos los colombianos se apropien de este proceso, en cuanto ciudadanos participes en la construcción de ciudadanías alternativas al modelo hegemónico. Luchar unidos por el bien público que es la educación; un bien que, en cuanto público, les atañe a todos por igual, por lo que se debe defender en prácticas concretas a partir de los diferentes escenarios en los que acontece, incluso más allá del aula de clase. Y es que, si Colombia llegó a ser una nación a pesar de sí misma, a pesar de su poca atención a la educación, de seguro en esta oportunidad no podrá construir una paz estable y duradera de espaldas a ella. Es por esto que, a pesar de lo aparente, estos son tiempos propicios para hacer historia. Los maestros de Colombia se han pronunciado para acentuar la crisis, y es responsabilidad de todos como ciudadanos herederos de la enseñanza, el luchar junto con ellos por el cambio profundo y de consecuencias realmente importantes en un tema que, como en Colombia, se ha visto siempre relegado a un segundo plano. Es hora de actuar.
Conduce Merceditas Beltán y Erika Acosta