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El sendero de la inocencia, el camino del amor, el destino del corazón – segunda parte

Por: Natalia Pardo Téllez

La situación fue tan crítica que, en el momento de retirar la calceta, ésta estaba pegada a la piel de forma que las ampollas levantadas por la quemadura, explotaron sin cesar y el grito de dolor se ahogó en un llanto vacío, que partió el alma de todos quienes le escucharon y, nuevamente, la inocente niña extrañaría esas lindas sandalias color azul, quienes pudieron evitarle en lo más mínimo aquel infernal sufrimiento. 

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 Esa noche llegaron a una posada que sirvió de cobijo hasta el siguiente día, Natalia, quien aún con su dolor seguía siendo una niña llena de vida y sueños, forjó una amistad con una chica del pueblo que tenía para ese entonces tres niños, uno de ellos de brazos, sin saber que la vida los separaría pronto, la inocencia de un bebé, calma corazones y suaviza el carácter, por lo menos en aquellos que pueden ser considerados humanos. 

Al otro día…

Al amanecer del segundo día, cuando parecía que no podía empeorar nada, una tormenta más tenebrosa oscureció la poca esperanza que se encontraba en todos quienes hacían un recorrido más desesperado que el del mismo Moisés. Los “Paracos” estaban por llegar, esa fue la proclama de una especie de explorador que hacía parte del grupo. 

El terror por los “Paras” era aún mayor que la proclama de enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército, pues en este país, donde muchos nacen y pocos se crían, los seres más sanguinarios registrados a la fecha eran ellos. 

El temor generalizado destruyó las cadenas de confianza que ya estaban debilitadas por los sucesos acaecidos, el desespero de la señora Blanca y la semilla de miedo arraigada no sólo en la mente, sino en el alma, provocó que las personas se dispersaran y saliesen hacia diferentes destinos, abandonándose entre ellos y dejando de lado absolutamente todo, pues cada segundo perdido, era un paso más cerca a una muerte segura, pero más que ello, a una antesala donde se profanaría sus cuerpos antes de cegar sus vidas. 

Fue tanto el terror que la mismísima señora Blanca, en su huida, no se percató de que Natalia no estaba con ella, la niña estaba aún en la posada y después de unos minutos de desespero absoluto, recobró la compostura y regresó por ella.   Huyendo aún más desesperadamente que el día anterior, encontraron un pequeño vehículo tipo campero, en el cual, sin negociar o solicitar permiso, subieron y pusieron en marcha.

Más de 12 personas entraron a la fuerza en él, entre niños y adultos, incluida la familia de Natalia, también se encontraba la madre de aquel bebé, quién con apenas dos meses de edad y ante el súbito arranque del conductor, cayeron del vehículo, en una escena que se vio en cámara lenta por todos los presentes en esa terrorífica odisea. La madre tal vez guiada por su determinación o simplemente por su instinto más ancestral, contorsionó su cuerpo en el aire para proteger a su hijo, cayendo ella de espaldas contra el suelo, y su hijo nunca separado de sus manos en el seno de su pecho, resguardado por un amor que es imposible de medir. 

Cuando se reincorporó la madre e hijo al vehículo, emprendieron por caminos no trazados y menos recorridos y poco a poco esta cantidad de pasajeros fueron disminuyendo en el trayecto, refugiándose en fincas aledañas o en el mismo camino, sólo 12 pasajeros permanecieron dentro del vehículo. 

En el velo de la noche y ocultándose entre árboles que camuflaban la estructura del vehículo, durmieron 12 personas esa noche, entre ellos la familia de Natalia, ante las inclemencias del frío y la naturaleza, contaron con la suerte y precaución de dos personas que desde una finca habían salido buscando escapar como todos los presentes, pero que siempre llevaban consigo toldillo y hamacas. Estos, les protegieron medianamente de los inhóspitos mosquitos, quienes en una zona de vegetación espesa pueden ser tan letales como las bestias que amenazaron con llegar a la posada. 

Su tercer día les despertó con las noticias del explorador quien arriesgando la vida de forma constante había regresado a la posada para corroborar que se hubiesen ido los “Paras”, ante la ausencia de las bestias con pieles humanas, regresaron a la posada para reorganizarse y planear su siguiente paso. Paso que les conduciría a San José del Guaviare, donde la pesadilla tan solo cambiaría de escritor, pero su guion seguiría plagado de terror, salvo que esta vez sería de la mano de quienes, ante una bandera, juraron protegerlos. 

Cuando llegaron a San José, en plena entrada el uniforme de quienes les aterrorizarían esta vez se engalanaba con las insignias patrias y el Estado como respaldo. Los militares en las peores actitudes para con la población civil, consideraban guerrillero a todo aquel que viniese del sur del país, y aún ante la presencia de una niña cuyo pie evidencia heridas, ropa desgastada por el éxodo incesante y la cara y manos sucias propias de quien no ha tenido las comodidades de algo medianamente parecido a un hogar, no encontraban razón ni explicaciones y dictaban juicios siendo ambos absolutos de un poder que, para el fin del segundo mandato presidencial de Álvaro Uribe, dejaría más de 10.000 falsos positivos, resultado de esos juicios improvisados y a dedo condenados. 

Con artimañas, creatividad gestada del desespero y amor por el futuro de sus hijas, la señora Blanca convenció a los soldados, logrando ingresar al pueblo, donde con la ayuda de un sacerdote lograron abordar una avioneta rumbo a la ciudad de Villavicencio, pero no antes de vivir de la caridad de la gente, y sufrir necesidades durante muchos más días. 

Sin duda, hoy al reunirse madre e hijas, no pueden evitar recordar el dolor de perderlo todo, la angustia ante una muerte inminente, el sufrimiento de una niña de 7 años al caminar sin sandalias y con una herida de gravedad severa. 

Pero de lo que más recuerdan hoy en día,  con cierta gracia, es de la inocencia de Natalia, quien al no entender completamente lo que sucedía y al ver el temor de su madre mientras intentaba convencer a los militares de que ellas no eran guerrilleras, y sin conocer más que guerrilla por la falta de presencia del Estado. Se libera en una frase que fácilmente pudo ubicarlas entre las hoy estadística de falsos positivos. 

“Mamá, aquí si hay artos guerrilleros”, hoy Natalia, quien a sus 24 años, y con la inocencia de una niña ya en el recuerdo, no puede evitar sonreír mientras asiste a la universidad y persigue el sueño de ser periodista, para así poder llevar historias como las suyas y las de ese bello paraíso destruido por la miserable guerra, no solo a una comunidad, sino al mundo.

Su madre y hermana quienes siempre están para ella, desde la distancia en ciudades diferentes, luchan día a día, tratando de sobrevivir en este país hermoso lleno de gente no tan linda, construyendo poco a poco lo que la violencia les arrebató. Esta vez, no rodeados del canto de aves y la sombra de hermosos árboles, esta vez, cubiertas por cemento en una selva a la que aún no terminan de adaptarse. Pero siempre luchando, siempre viviendo.

| Nota del editor *

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