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El Vaticano y el cambio climático

Tierra grata se desmorona, está agrietada, se escuchan gritos angustiosos del planeta y de sus pobres; “si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida”.

Se ignora el evangelio de la Creación: “Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno; el hombre en vez de labrar y cuidar, destruye.

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Las alarmas de la crisis climática fueron prendidas para que “cada persona que habita este planeta” reaccione; ¡el tiempo apremia! “No hay tiempo que perder: hemos recibido la Tierra del Creador como una casa-jardín, no la transmitamos a las generaciones futuras como un lugar salvaje”.

Se habla de “catástrofe ecológica”, “deuda ecológica” entre el norte y el sur, “lapidación”; todo, susceptible de reparar adoptando una “ciudadanía ecológica”, una “Ecología de la vida cotidiana”.

Para Pablo VI la crisis climática es “una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano, por una explotación inconsiderada de la naturaleza”; San Juan Pablo II llamó a una conversión ecológica global; Benedicto xvi dice que “el libro de la naturaleza es uno e indivisible”, proponiendo “reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable”. Juan Pablo I se preguntaba el 31.08.1978 si “esta civilización, ¿no tiene necesidad de una energía espiritual nueva, de un amor sin fronteras, de una esperanza firme?”.

Los pobres “son los menos responsables de los cambios climáticos, los más vulnerables y sufren ya los efectos”; por huracanes, sequías e inundaciones, perdiendo   hasta lo que no poseen. Las generaciones futuras “están a punto de heredar un mundo en ruinas”

La iglesia muestra una puerta, “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse”. Aunque “no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis”, el Vaticano considera que en esta guerra “necesitamos todas las armas disponibles, talentos e implicación de todos”.

Individualmente “confesar nuestros pecados contra el Creador, contra la creación”; efectuando “un cambio radical en nuestro estilo de vida, del uso de energía, consumo, transporte, producción industrial, construcción, agricultura, etc.”, sin obsesionarse por el consumo.

Políticamente, curando “la miopía” cuando se ve la agenda ambiental, invirtiendo “mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas”.

Todos, con “respuestas globales, buscadas con paciencia y diálogo”, adoptando “medidas drásticas para cambiar el rumbo”, y ser más “respetuosos con la creación, hacer un uso prudente del plástico y papel, no desperdiciar agua, comida y energía eléctrica, diferenciar los residuos”; en fin, tratar con cuidado a los otros seres vivos. Se echa de menos “la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos”.

“Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras”; y las próximas generaciones reciban de nosotros “demasiados escombros, desiertos y suciedad”.

A los líderes mundiales que participarán en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima que se reúne en septiembre de 2019, Francisco envió un contundente mensaje para que pongan punto a “planes nacionales sólidos para la implementación del Acuerdo de París”.

(Pacem in terris, Redemptor hominis, Caritas in veritate, Laudito si’, mensaje de 1.09. 2016, 9.06.2018 y 14.06.2019 del papa Francisco, y discurso Juan Pablo I el 31.08.1978).

| Nota del editor *

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