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Hasta el infinito y mas allá – primera parte

Una desgarradora historia de cómo una madre vive el viacrucis de la muerte de su hijo y su camino hacia el perdón y la reconciliación con ella misma y sus recuerdos de su hijo en el infinito y más allá.

Por: Valentina Tibaduiza Bermúdez

Con lágrimas en los ojos, dolor y su mano empuñada Astrid cuenta que amarró una cuerda en la cual encontraba la salida, me paré en un banco, sentí libertad, sin embargo, mi hijo de tan solo 12 años empieza a gritar” Mamita” mientras me sostiene los pies.

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“Era un día nublado, no quería saber nada de nadie, me sentía muerta en vida, ¡Qué horror llegar a la casa! El vacío, la soledad, el frío en su habitación, el frio en nuestras vidas. Si a él me lo arrebataron, a mi alma también”.

La alegría se fue, cercenaron mis sentimientos y empecé a desear tanto la muerte, era un fantasma en la casa. Ya no había mamá que consintiera a los hijos, ya no había esposa, ya no estaba la madre que abrazaba, reía y apoyaba, ya no, solo estaban mis brazos entrelazados tratando de recogerlo.

“Me empezaron a suceder cosas extrañas, que no tenían sentido, me encerré en la casa, cerré cortinas para que no me entrara la luz del sol, no quería escuchar ruidos, no quería que la gente cantara, ni que los niños jugaran, todo me incomodaba, me encerré en su habitación, no permitía que tocaran sus cosas, su ropa, el polvo duró un año y medio. 

Sencillamente no quería vivir más, ciega de dolor de impotencia, me intente quitar la vida en dos oportunidades, sentía frustración y odio, un sentimiento que jamás había tenido en mi vida.  Todas las noches atravesaba la casa para llegar a la cocina y coger un cuchillo para matarlo, pero mi esposo oportunamente llegaba y me detenía, me calmaba, sin embargo, eran sentimientos mezquinos los que llegué a tener.

Eran episodios muy frecuentes, la depresión y la falta de ganas de vivir me consumía, es por esto que familiares y amigos cercanos de la casa le decían a mi esposo y a mí que buscáramos ayuda, que yo no podía seguir en esa situación y que debía seguir siendo esa mujer verraca y que además siempre luchaba por mantener la familia unida.

Mi esposo empieza a buscarme citas con psicólogos, y todos llegaban a la conclusión de que debía perdonar, cuando decían eso retrocedían lo poco que avanzaba. Finalmente, el 28 de julio de 2008 mi esposo me lleva a la clínica del Oriente, que queda en Yopal-Casanare, era un lugar que no generaba paz, donde los empleados eran frívolos, y sentía una “ayuda hipócrita”, recuerdo cuando llegué, era de un piso, rejas negras y paredes en ladrillos, ubicada en un sector lindo de la ciudad.

Y después de varias sesiones presenté síntomas “depresivos y ansiosos”

La tristeza y el dolor estaban enmarcados en las inseguridades, como el hecho de no poder salir sola a la calle ya que le generaba ataques de ansiedad, sentía que cualquiera que se le acercara le iba a hacer daño, era como un niño pequeño cuando está perdido, sentimientos de desesperación y angustia, gritos de por medio y llanto, la diferencia es que ella centraba su dolor en rasguñarse. En una ocasión sus hijos por hacer más se alejaron de ella sin que se diera cuenta, cuando la vieron no hicieron más que llorar al ver que su madre estaba totalmente desubicada, llorando atacada, despelucada y con el antebrazo lleno de rasguños de tanto enterrarse las uñas.

| Nota del editor *

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