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Hasta el infinito y mas allá – segunda parte

Una desgarradora historia de cómo una madre vive el viacrucis de la muerte de su hijo y su camino hacia el perdón y la reconciliación con ella misma y sus recuerdos de su hijo en el infinito y más allá.

Por: Valentina Tibaduiza Bermúdez

Las citas con el psicólogo no paraban, eran sesiones tras sesiones, antidepresivos sin falta y charlas motivacionales, pero todo seguía igual. Para el 7 de diciembre de 2009 Astrid presentaba alteraciones en el sueño y en la alimentación, cada día bajaba más de peso, llegó a pesar 32 kilos. Por esos motivos la remiten al psiquiatra y éste toma la decisión que lo mejor era internarla en una clínica un año como mínimo y mantenerla medicada, más.

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“Tengo en la mente cuando le digo al doctor que bueno, tomo las fórmulas y demás papeles y le digo que autorizaré de inmediato, salgo del consultorio, vuelvo los papeles como una pelota y los meto debajo de mi blusa, mi esposo me está esperando y le digo que listo, que ahora hay que esperar a que me programen una nueva cita”.

Pasaron los días, y Astrid ya no solo se sentía deprimida, si no que el hecho de que le hayan dicho que tenía que internarse la hacía sentir como una loca, eso la deprimía aún más. Su esposo al notar que hay angustia y desesperación en ella durante 10 días, se acerca y le pregunta:

  • ¿Qué está pasando? ¿Qué sucede?

Con lágrimas en su cara y la voz entre cortada le dice:

  • Mira, hay una orden para internarme en una clínica psiquiátrica porque estoy mal, muy mal.

Él se queda viéndola y con todo el amor del mundo le dice:

  • Mi vida, yo no te interno, nadie sabe cuánto dolor hay en tu alma, pero la solución no es internarte y no lo voy a permitir. Mi amor, démosle tiempo al tiempo. El tiempo todo lo cura, además los niños y yo te necesitamos aquí.

“Mi miedo y dolor recaían en mis dos hijos, que en ese entonces el mayor tenía 12 años y la menor 8 años. A Juan no lo dejaba salir, ni reunirse con sus amigos a hacer trabajos, y mucho menos ir a fiestas de cumpleaños, lo quería en la casa, por mi culpa su personalidad es introvertida, no es de relacionarse fácil con la gente, es demasiado tímido.

Por otro lado Juana dejó de ser la niña activa que estaba en natación, ballet y joropo, ya no tenía quien la acompañara, además no salía como las niñas de su edad a jugar al parque o al frente de la casa, ella jugaba en su mente y veía a sus amigas desde una esquina de la ventana detrás de la cortina como disfrutaban de su niñez.  

Quizás ella no es tímida pero debido a todo no confía en nadie, no cree en las personas. El amor y la paciencia que ellos han tenido conmigo durante todo el proceso es gigante, han sacrificado tantas cosas por mí, por cuidarme, por acompañarme, han tenido que ser fuertes al verme destrozada”.

Sin embargo, el miedo es latente al pensar que le puede pasar algo a sus hijos, pero en exceso, se volvió sobreprotectora, tenía miedo a que como aquel 5 de Julio de 2008 tuviera que salir de casa a buscarlos.

“Ese día marcó mi vida, la de mi esposo, la de mis hijos, familiares y amigos cercanos. Esa tarde Juana se presentaba en la alcaldía de Yopal para una federación de ciclistas que venían de Boyacá, terminada la presentación llego a casa a buscarlo, pero no lo encuentro así que me dirijo con mi hija a la casa de mi hermano, Leonardo, pero no estaba allí, tampoco mi hermano y su familia, así que damos una vuelta por el pueblo, mientras voy conduciendo se me viene a la mente que quizás estaba con sus amigos ya que tenía los 15 años de la hermana de una de sus mejores amigas”.

| Nota del editor *

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