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La resiliencia infantil, un tejido de todos

Una investigación de Trabajo Social de Uniminuto devela que los niños y niñas víctimas del conflicto armado sí pueden ser más resilientes gracias a las comunidades del diálogo de la Filosofía para Niños, siempre y cuando los adultos que los rodean y el Estado tomen cartas en el asunto. Si no se garantizan unas condiciones básicas de atención sobre los niños y niñas, el futuro del país y de la paz seguirá en puntos suspensivos.

Por: Lina Leal

A sus 12 años, Diana se levanta todos los días muy temprano. No va a estudiar, sino que se dedica a cuidar a sus cinco primos menores, el más pequeño tiene apenas un año. Por eso, en la madrugada, ella despide a la madre de los niños, su tía, quien sale a trabajar en casas del norte de Bogotá para sostener a la numerosa familia. 

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Diana es una de las 7.535.682 víctimas de desplazamiento forzado en Colombia. Nació en el departamento suroccidental del Huila pero reside en cercanías a la capital, en Soacha, forzada a los cuidados de sus seres queridos cuando sueña devorando conocimientos y descubriendo amistades. Además, los fines de semana plancha la ropa de sus vecinos para aportar a los ingresos del hogar. 

Pese a todo, en las tardes, Diana toma a sus primos y los encamina hacia la trocha en Altos de la Florida, en el suroccidente del municipio. Se trata de un lugar que –en medio de las carencias de alcantarillado, saneamiento básico, vivienda digna y servicios de salud– es considerado el principal receptor de personas en condición de ‘víctimas’ del conflicto armado. De ellos, según la Unidad de Víctimas, 11.006 son niños y niñas.

Allí se encuentra ubicada la Casa Pastoral, que tiene como propósito la ocupación del tiempo libre a través de la ludoteca, un espacio que han formado los estudiantes de las Universidades Uniminuto y Javeriana. Diana y sus primos forman parte de los 47 menores, entre 5 y 16 años, que buscan un espacio de apoyo en medio de la violencia, el abandono y el desplazamiento a los que se ven expuestos en la zona. 

A la Casa Pastoral acudió un grupo interdisciplinar que –liderado por las profesoras Tatiana Carrero y Heidy Pinilla de Trabajo Social de UNIMINUTO, en alianza con la Universidad de Antioquia y la Universidad Santo Tomás, CAU Villavicencio– quisieron determinar si niños y niñas (como Diana) víctimas del conflicto armado podrían elevar sus niveles de resiliencia. 

La resiliencia a través de las comunidades de diálogo

La Resiliencia se refiere a la capacidad de afrontar y superar dificultades. En el caso de los niños y niñas, se articulan factores de protección y riesgo, en donde destaca el desarrollo del pensamiento multidimensional:  crítico, creativo y cuidadoso, pero también se tienen en cuenta las condiciones familiares y de pobreza del entorno. 

Las investigadoras comenzaron a reflexionar en torno al concepto de resiliencia, pero también en relación con la filosofía para niños, en particular a través de las comunidades de diálogo, de la mano de un grupo interdisciplinar que alcanzó a otras dos comunidades infantiles: en Villavicencio y en un punto fronterizo entre Cazucá y Ciudad Bolívar, a las afueras de Bogotá (llamado El Oasis). 

En general, se trata de niños que han sido víctimas del conflicto y asisten a los centros comunitarios para realizar actividades alternas. Siguen viviendo en condiciones de vulnerabilidad en sus propios barrios, así que los centros comunitarios les sugieren un respiro en medio de múltiples problemáticas como la pobreza y el desplazamiento, el microtráfico o la presión por integrar grupos delincuenciales, tan pronto se acercan a la adolescencia.  

“Quisimos demostrar que cuando un niño o niña participa en una comunidad de diálogo de la Filosofía para niños, logra ser mucho más resiliente”, advierte la profesora Carrero, quien añade que la comparación y el trabajo con las tres comunidades permitía el abordaje de grupos sociales similares, provenientes de contextos diversos, lo que podría dar lugar a resultados disímiles también. 

El acercamiento a los niños

Durante los años 2017 y 2018, los investigadores comenzaron a desarrollar el estudio en las tres comunidades de niños víctimas de violencia directa o indirecta. “Directa cuando se reconocen como víctimas, o indirectas cuando reconocen como víctimas a sus familiares”, añade la profesora Pinilla. 

Se trató de un ejercicio explicativo, para establecer unas causas y unas consecuencias en la resiliencia, y también fue cuasi-experimental porque la muestra de niños fue intencionada. 

De otro lado, desde la ética de la investigación, solicitaron las autorizaciones de acudientes o padres de familia para que los niños pudiesen participar en las actividades de la investigación. 

Antes de conocer a los pequeños, comenzaron la aplicación del instrumento JJ63, diseñado por la Universidad de Cuenca, en Ecuador, que mide 9 variables de resiliencia, entre las que se encuentran la autoestima, el proyecto de vida, el pensamiento crítico, el pensamiento ético y la funcionalidad familiar.

“Nuestra categoría grande fue la resiliencia infantil. Todas las variables son a su vez dependientes una de otra. Teníamos una variable independiente que es la filosofía para niños, y esperábamos que esta afectará todas las otras variables”, advierte Carrero.

Foto: Archivo cortesía de investigadora.

Los investigadores realizaron dos encuentros semanales de dos horas con los niños durante seis meses. En las sesiones, buscaron movilizar el surgimiento de preguntas que motivaron reflexiones a partir de materiales orientadores como dibujos, películas, textos o música. Todas son excusas para movilizar el diálogo. 

Según explican las profesoras: “Cuando el niño pregunta si algo es de color rojo, se devuelve al niño con una pregunta como: ¿Tú crees que es rojo? O ¿Por qué crees que es rojo y no azul?. La pregunta es la que genera la reflexión y desde ésta, el pensamiento crítico. Una comunidad de diálogo no tiene por qué acabar en una respuesta fija”. Esto forma parte del ser del niño. 

De este modo, el niño o la niña elabora su pensamiento y sus respuestas, que a su vez están en constante cambio. La configuración del desarrollo de pensamiento en estas comunidades de diálogo permite generar capacidades resilientes que –según el superviviente de la Segunda Guerra Mundial Boris Cyrulnik– deben ser promovidas desde la infancia por una secuencia o tejido de solidaridad de los adultos tutores que rodean al menor. 

En consecuencia, el engranaje social debe garantizar unas condiciones mínimas de protección sobre el niño para que el proceso de resiliencia llegue a feliz término. “No es posible movilizar al niño hacia el pensamiento de un país distinto cuando llega a casa y no tiene red de alcantarillado, agua potable, ni comida”, afirma Pinilla, y añade: “Podemos hacer cosas significativas con los niños, pero requerimos de otras acciones de la mano que permitan que ese logro sea sostenible”.

¿Más o menos resiliencia?

Luego de realizar las sesiones, los investigadores volvieron a aplicar el instrumento JJ63, con el propósito de visualizar los posibles cambios en los niveles de resiliencia. La investigación reveló que existen factores que ascienden y otros que no. “Sí hay aumento de resiliencia, pero no en todo el esplendor que quisiéramos”, comentan.   

En el caso de la funcionalidad familiar, por ejemplo, la resiliencia subió. En la primera medición, los niños dijeron que provenían de familias funcionales, mientras que en la segunda, no. Antes, naturalizan las dificultades familiares en las que vivían. Con las sesiones, se dieron cuenta de problemas como la violencia, el abandono y el hambre, entre otros.

También encontraron que los índices de resiliencia ascienden o disminuyen en ciertas comunidades, dependiendo de aspectos como el tejido social-familiar. Las madres de la mayor parte de los niños pasan largas jornadas en sus trabajos, generalmente del otro lado de la ciudad. Esto implica que pasan solos alrededor de 16 horas diarias. 

En el caso de Altos de la Florida, el tejido social es frágil, provienen de entornos diferentes y pocos conocen quiénes son los padres de un niño que camina por las calles. En cambio, en El Oasis–en su mayoría de origen afrodescendiente–, se correlacionan bajo la dinámica de que los niños pertenecen a la comunidad y, en consecuencia, todos los protegen.   

Foto: Archivo cortesía de investigadora

Posteriormente encontraron más posibilidades de resiliencia en Villavicencio, teniendo en cuenta que existe un concepto de familia tradicional con padres mucho más protectores y que pasan más tiempo con sus hijos. De este modo, la dinámica familiar, a pesar de las múltiples condiciones de vulnerabilidad, se mantiene arraigada y eso hace que el niño pueda ser más resiliente.

La investigación revela que las posibilidades de trabajo sobre lo individual son muy amplias y permiten el aumento en mayor o menor grado la resiliencia, aunque –siguiendo a la investigadora Pinilla– lo colectivo constituye una problemática ardua. “Somos cuidadores de niños que nos siguen en un país. Podemos trabajar mucho en ellos, pero mientras no tengamos familias protectoras y un Estado garante, no vamos a lograr mejorar el país y menos la construcción de paz”, concluye.

Para más información de Rizoma:

https://www.uniminutoradio.com.co/rizoma/

| Nota del editor *

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