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La vida, sufrimientos, luchas y logros

Después de 5 años nos encontramos de nuevo: de casualidad entré a una panadería a tomar tinto con unos amigos, cuando de repente llegó, nos miramos y nos reconocimos.

Por: Karol Lizeth Álvarez Rodríguez

Carlos Alberto Rodríguez llegó a la ciudad de Bogotá en busca de un mejor futuro para él y su familia a causa del abandono de su padre, pero por cosas del destino, después de muchos años y cuando menos lo esperaba, un día martes en horas de la tarde, cuando no le había ido bien en su trabajo, vio a lo lejos la figura de un hombre que se le acercaba, que en principio no reconoció, debido a que estaba vestido de tal forma que habría sido imposible reconocerlo al primer vistazo.

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Una vez lo tuvo al frente, reconoció a aquel hombre: era su padre, y aunque estaba dolido por su abandono no dudó en abrazarlo y expresarle la mucha falta que le hacía. Después de 10 años, gracias a la ayuda de su padre, y de su desempeño, esfuerzo y dedicación, Carlos Alberto hoy en día es propietario de dos panaderías y un restaurante.

Carmenza Soto, vecina de la mamá, 45 años: “Carlos es de aquí, de Prado Tolima, pertenece a una familia humilde, compuesta por papá y mamá, que vivían en el campo en una pequeña casa de madera. Tenía cinco hermanos que escasamente cursaron la primaria. Un día su papá se fue y los dejó solos, la verdad nadie supo para dónde se fue, esto hizo que los niños comenzaran a trabajar para ayudar a su mamá a sostener la casa.

La situación no fue fácil, y como su hermana mayor vivía en Bogotá, en Soacha, él decidió irse para probar mejor suerte; su hermana le decía que allí podría conseguir un mejor trabajo y más dinero; a él le gustaba mucho la plata, por eso apenas llegó a Bogotá trabajó en lo primero que encontró: fue empacador de supermercado, llevaba domicilios cerca a su casa, hasta que poco a poco fue conociendo esa ciudad tan grande. Era un joven que no se quedaba quieto, hacía todo lo que le mandaban, muy avispa, de esa manera le mandaba dinero a su mamá, pero dejó a su novia embarazada y le tocó irse a vivir con ella. Con esa responsabilidad empezó a cuidar carros por el norte; esa gente le daba buen dinero y además aprovechaba para llevar los domicilios de una panadería que había por ahí cerca, donde le daban el almuerzo.

Se hizo buen amigo del dueño, tanto que terminó trabajando allí. Hasta donde recuerdo, se encontró con el papá en Bogotá y montaron una cigarrería, la mamá vendió la finca y se fué a vivir donde la hija a Bogotá, luego vendieron la cigarrería, y con una plata que le dio la mamá montó una panadería pequeña; poco a poco consiguió dinero y amplió el negocio, tanto así que puso una segunda panadería; luego montó un restaurante, y ahora vive muy bien con su esposa y su hija, tiene un buen carro y ya no queda nada de aquél joven humilde que yo conocí”.

Martha Quintero, cajera de una de las panaderías, 35 años: “Yo no sé toda la historia, solo sé lo que él mismo nos ha contado: es de un pueblo del Tolima, vivía en una finca, llegó a Bogotá muy joven y empezó a trabajar cuidando carros; luego de un tiempo, con la ayuda de su papá, montaron una cigarrería en Soacha, aunque a él eso no le gustaba. Recuerdo que su mamá le dio un dinero para ayudarle a montar un negocio, y junto con la plata de la cigarrería y con unos ahorros, montó su primera panadería: era pequeña, pero poco a poco él la hizo crecer hasta lo que es hoy en día.

Le ha ido tan bien que en este momento tiene otra panadería y un restaurante por los lados de Usaquén. Es una persona noble, le gusta ayudar a las personas, porque dice que él sabe qué es pasar necesidades. Yo llevo trabajando aquí 2 años, y en el transcurso de este tiempo, él ha sido una excelente persona, es un buen jefe, siempre está pendiente de nosotros, busca que estemos lo mejor posible, no solo en lo laboral sino en lo personal; nos ayuda en lo que más puede y nos recalca que todo en la vida es posible, y que, a pesar de los obstáculos, debemos luchar por alcanzar nuestra meta”.  

Pedro Ortíz, amigo de Carlos, 35 años: “Yo a Carlos lo conozco hace mucho tiempo, desde cuando cuidaba carros por la 127. Yo trabajaba por esos lados como mesero de un restaurante, nos hicimos amigos porque nos veíamos en ese lugar. Me acuerdo que un día llovía muy duro y él fue a escampar al restaurante; me pidió el favor que le calentara el almuerzo, y mientras almorzaba, comenzamos hablar de diferentes cosas: de su trabajo y de la ciudad. En adelante nos hicimos amigos, cada vez que era posible, cuando yo entraba o salía de mi trabajo, compartíamos un rato. Por cosas de la vida dejamos de vernos. Un día no volví a verlo.

Después de 5 años nos encontramos de nuevo: de casualidad entré a una panadería a tomar tinto con unos amigos, cuando de repente llegó, nos miramos y nos reconocimos: me levanté de la mesa para saludarlo, hablamos cinco minutos y cuando me iba, me acerqué para despedirme y le pedí su número; me dijo que cuándo volvería, que ese era su nuevo sitio de trabajo porque era el dueño de la panadería. Volví y hablamos de lo que había pasado durante el tiempo que no nos habíamos visto; fue emotivo, nos hicimos grandes amigos. Después de un tiempo me quedé sin trabajo y él estaba buscando un panadero, así que desde ahí empecé a trabajar con él como panadero y pastelero; llevo muchos años trabajando aquí, y he visto cómo ha crecido con sus negocios: ya tiene otra panadería y un restaurante, es muy buen amigo y una excelente persona”.

| Nota del editor *

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