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Regreso a las raíces: un viaje de vuelta a Restrepo

A veces, regresar al punto de partida puede sentirse más extraño que partir por primera vez.

Por: Shalom Liccette Salamanca Flórez. 4.º semestre

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El sol pegaba con fuerza, como de costumbre en Villavicencio. Felipe amaba el calor, pero esta vez se sentía diferente, se sentía en el aire la melancolía y la tristeza de tener que volver. Habían pasado seis años desde que dejó atrás su hogar con la promesa de algo mejor. Eran las 4 de la tarde y Felipe se encontraba esperando el campero que lo llevaría a Restrepo, Meta. Donde todo empezó también tenía que terminar. Su maleta se encontraba desgastada, y mirarla era recordar cómo había tomado la decisión ya hacía seis años de migrar hacia Bogotá, la ciudad de las oportunidades, en donde todo llegaría a ser diferente. Su mirada se perdía en la carretera, llena de campos verdes con caballos y vacas, la misma carretera que lo había visto crecer y ahora también lo veía volver.

A los 24 años, un momento tan importante para la vida de un joven, regresar a Restrepo no estaba en sus planes. Ahora, era una necesidad. Cuando Felipe dejó Restrepo tenía 18 años. Recién había cumplido la mayoría de edad, acababa de graduarse del colegio y era el momento de buscar la tan anhelada promesa de un futuro mejor, buscar mejores oportunidades, estudiar contaduría pública, conseguir un buen empleo y, quizás, enviarles dinero a sus padres para ayudar con el negocio familiar. La despedida había sido agridulce; mientras sus padres lloraban de orgullo y tristeza, él trataba de esconder el miedo que le provocaba la incertidumbre del porvenir. El día que tomó su maleta y se despidió de toda su familia, sintió que se iba para nunca volver. Le emocionaba la idea de empezar de nuevo en un lugar tan desafiante, sobre todo porque su familia se había establecido por un tiempo en la ciudad cuando era niño y eso les había otorgado las bases para vivir como vivían ahora en Restrepo, en la tranquilidad del Llano.

Cuando emprendió el viaje solo podía imaginar todos los hermosos recuerdos que empezaría a crear. Los edificios altos, las multitudes, los múltiples centros comerciales, las nuevas oportunidades, tantas cosas impensables en aquel pueblito llanero.


Restrepo es un pueblo a diez kilómetros de la ciudad principal, Villavicencio, un pueblo que nació como un lugar minero, caracterizado por sus grandes minas de sal de Upin, hasta que como todo pueblo llanero se centró en la ganadería. El lugar prosperó con el tiempo, sin embargo, al visitarlo es imposible no darse cuenta de que está estancado en el tiempo. Un hermoso lugar para vivir y descansar sin las grandes edificaciones y los bullicios de la metrópolis. El calor se siente con ímpetu todos los días, mientras las piscinas que rodean el lugar llaman a refrescarse, al tiempo que se escucha una muy buena música llanera y se avista algunos monos divertirse en las copas de los árboles.

Suena al lugar perfecto, pero por más hermoso que suene, no es un municipio que ofrezca oportunidades. “Los que vivimos aquí, sabemos una cosa bastante clara, si nos quedamos solo podemos trabajar en ganadería, o en turismo, y si no es eso, es estudiar en Villavicencio, pero no hay universidades públicas, así que también son limitadas las opciones. Es eso o terminar convertido en militar: tengo muchos compañeros que han tomado esta medida como forma de progresar sin tener estudios universitarios”, comenta Felipe.

Por eso la decisión estaba clara, Bogotá lo cambiaría todo, pero la realidad que encontró fue más dura de lo que esperaba. Los desafíos eran mucho más grandes de lo que llegó a imaginar. Desde el primer día la realidad lo envolvió, Felipe tuvo que enfrentarse no solo a la soledad, de la cual era consciente, sino también a la inseguridad y la constante sensación de ser un extraño en un lugar que nunca se detenía. Aprender a vivir en constante movimiento, pero también vigilando siempre su espalda. Uno de los momentos más impactantes fue el día que fue asaltado. Además del robo, recibió golpes y amenazas de muerte. Esa noche, mientras revisaba sus heridas en el espejo, se preguntó si valía la pena continuar.

Su nueva vida inició con la rutina de trabajar de día y estudiar de noche y los sábados. Felipe encontró empleo rellenando los minibares de una cadena de hoteles, un trabajo que le permitía ayudar a su madre con los gastos y seguir en la universidad. Sin embargo, también lo sumía en un cansancio constante. Había días que el cansancio era tan duro que dudaba sobre si su esfuerzo llegaría a valer la pena en algún momento.

Así transcurrió el tiempo y cada día su sueño estaba más cerca. El día de su graduación fue uno de los momentos más felices de su vida. Se sentía realizado y además su madre había viajado desde Restrepo para verlo triunfar y ser un profesional. Felipe sentía que todo su sacrificio por fin daba frutos. Ese momento de felicidad duró muy poco, lamentablemente. Primero fueron días, luego semanas que se convirtieron en meses, y una oportunidad laboral en su campo no llegaba.

Su rutina se había convertido en enviar hojas de vida todos los días, desde que se levantaba hasta que se dormía, pero las respuestas eran las mismas: no hay vacantes en el momento, buscamos personas con experiencia, etc. La situación se volvía frustrante. Definitivamente esos no eran sus planes.

Un año después la situación era insostenible. Felipe seguía viviendo en un pequeño apartaestudio de una residencia estudiantil, aun trabajando en el hotel que apenas le daba para cubrir sus gastos básicos. Y para rematar, cada llamada de su madre en la que preguntaba cómo iba todo, se sentía como un recordatorio insufrible de su estado.


“Me empezaba a sentir atrapado, como si mi esfuerzo hubiera sido en vano”, confiesa. Un día, en medio de la desesperación y la tristeza de no avanzar como esperaba, surgió la impensable idea de volver. Al principio su primera respuesta fue un no rotundo. Tener que volver significaba aceptar el rechazo, los comentarios de los demás y el ser visto como un fracasado. Un par de días después la idea empezó a tomar forma. Podría ser una manera de empezar de nuevo, o lo que eso significara.

Al llegar a Restrepo el olor a campo lo envolvió en un abrazo cálido. Su madre estaba feliz de volver a encontrarse con él, pero su mirada estaba cargada de silencios, de palabras no dichas, de pensamientos que se quedarían el aire. Pero antes de cualquier cosa, notó que el tiempo había pasado para todos. Lo que pensó sería su regreso no estaba saliendo como él creía. Ahora era un visitante, un extraño más en la que antes había sido su casa: ¿seguía siendo su casa?, se preguntaba con melancolía.

No eran solo su familia y su casa, no, también el pueblo había cambiado. Las calles que tanto recorría de niño, en el colegio, ahora estaban asfaltadas, nuevos negocios surgieron para quedarse y hasta un pequeño centro comercial con un más diminuto parque de diversiones en la terraza que había sido inaugurado. Pero eso no reemplazaba la esencia que sí recordaba y que guardaba en su corazón: las conversaciones en el parque principal, conocer a los vecinos, a todo el pueblo, y sobre todo la tranquilidad que emanaban los atardeceres. Con los días, mientras se ajustaba a la que era su antigua vida, Felipe se dio cuenta de lo mucho que había cambiado, estaba claro que ya no era el mismo de antes, el mismo que era cuando emprendió el viaje.

Un día, cuando más sintió el peso de lo que significaba haber regresado, decidió encontrarse con Camilo, su amigo del colegio con el que tantos momentos especiales había vivido. Camilo nunca dejó Restrepo, él había decidido trabajar allí y seguir con su vida, a la espera de formar una familia propia. Durante la conversación la frase: “A veces, quedarse también duele. Uno ve cómo todo cambia, pero tú sigues aquí, como si no pudieras moverte” cambió el rumbo de cómo se sentía Felipe.


Readaptarse no ha sido para nada sencillo. A los pocos días, gracias a su familia, encontró un trabajo que le permitiría avanzar en la medida de lo posible, más tranquilo, pero también más solitario. Sus sueños y prioridades han cambiado, y a veces es imposible no sentirse fuera de lugar. Lo más duro es tener que lidiar con las expectativas de los demás. En un pueblo tan pequeño como Restrepo, cualquier decisión es conocida y pasa a ser objeto de escrutinio de todos. Ahora Felipe ha tenido que aprender a ignorar los comentarios que insinúan que su regreso es sinónimo de fracaso.

A pesar de todo, Felipe reflexiona sobre su regreso, para él ha sido una ocasión para reconectarse. Bogotá le ofreció oportunidades que jamás habría pensado. Pero uno siempre busca su lugar en el mundo, un lugar en donde encaje a la perfección. A veces, ese lugar resulta ser el mismo que nos vio crecer y madurar.

| Nota del editor *

Si usted tiene algo para decir sobre esta publicación, escriba un correo a: jorge.perez@uniminuto.edu

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