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“Si no me salgo de allá me matan”

El peor momento de su vida, así lo describe, una joven que a sus catorce años el mundo de la drogadicción le tocó las puertas para enseñarle una lección que la dejaría marcada por el resto de sus días.

Por: Erika Valentina Ángel Barrera

“Si no me salgo de allá me matan, me tenían amenazada solo porque no quería hacer lo que ellas dijeran: que raspara el ladrillo y la pintura de las paredes y me lo metiera, que me ahogara con una sábana para después sentirme dizque chimba”. Estas son algunas de las tantas cosas que Lina María tuvo que presenciar en su estadía en un hogar del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).

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El peor momento de su vida, así lo describe, una joven que a sus catorce años el mundo de la drogadicción le tocó las puertas para enseñarle una lección que la dejaría marcada por el resto de sus días.


Era la hora del recreo en el Colegio Porvenir (IED). Lina y sus amigas salieron como siempre más tarde que el resto de sus otros compañeros. Minutos antes mientras se maquillaban y se arreglaban el cabello, Laura, amiga más cercana de Lina, dijo en un tono emocionante pero nervioso: ¿entonces al fin le vamos a hacer? Las cuatro jóvenes que se encontraban en el aula dijeron casi al instante: “sí, de una”, sin saber
que esa afirmación les cambiaría la vida para convertirla en una pesadilla.


Esa sería la primera vez que Lina consumiría marihuana, una de tantas, pues cada día que pasaba lo empezaría a hacer con más frecuencia: “ya era una necesidad para mí fumar, perdí el control sobre eso, quería más y más”, relata Lina con la voz quebrada luego de 6 años de haber probado el último cigarro de marihuana. Duró así tres años de su vida, hasta que una tarde de julio del año 2014, su madre, Olga
Lucía la sorprendió en la calle: jamás se imaginó encontrar a su hija tirada en un andén, incapaz de ponerse en pie, a causa de los efectos producidos por los alucinógenos.


Fue inevitable que los vecinos no se dieran cuenta del estado en el que estaba Lina porque en el momento cuando se dispusieron a ayudar a la señora Olga a entrar a su hija a la casa, el olor desprendido por su cuerpo la delataba. Días después golpearon a la puerta de la casa, era personal del ICBF, venían de la Comisaría de Familia en compañía de dos agentes de policía: “Buenos días ¿aquí reside la joven Lina María Hernández? La señora Olga se desmoronó al percatarse del logo de la institución que tenía estampado en un chaleco verde el hombre que le acababa de hacer la pregunta, “Sí, esta es su casa”, respondió con la voz temblorosa y sus ojos apunto de desprender la primera lágrima, una de las miles que nunca pudo contener. Lina, encerrada en su cuarto, escuchaba atentamente esas palabras que
al principio no comprendía pero que después, al enterarse que se la llevarían a un lugar lejano de su casa, la dejarían sin aliento, con sus manos empapadas de un sudor provocado por un nerviosismo interminable que la hacía temblar.


“Yo llegué allá y no sabía qué me esperaba, no sabía qué tan bueno sería estar ahí porque en el bus que me llevaba de Bogotá a Madrid, una de las personas que trabajaba allí que iba conmigo, me dijo que allá estaban todos los menores con problemas de drogas”. Lo que Lina no se imaginaba es que se encontraría también con jóvenes sacados de la zona conocida como “El Bronx”, situación que después le traería serios problemas.


“Era como si estuviera en una cárcel porque solo salíamos a comer, a bañarnos, a hacer talleres de pintura y de manualidades. Cada 3 días teníamos cita con psicólogos, luego nos encerraban en salones muy grandes donde dormíamos todos, ni espacio había entre cama y cama, no había privacidad de nada, lo único era que los hombres dormían en un lado y nosotras en otro. En esos momentos era cuando
me daba cuenta que con las uñas raspaban las paredes, y que el polvito que salía se lo metían por la nariz: una vez a una china le salió sangre de los dedos de tanto raspar porque no tenía casi uñas”.


Una de las adolescentes rescatadas de “El Bronx” siempre había molestado a Lina: los dulces, las galletas, todo lo que le llevaba su madre para que tuviera que comer, aparte de lo que le daban allá, esa joven se lo arrebataba, era el terror de todos en el instituto, ¿y cómo no sentir temor? si andaba con una pequeña navaja con la que amenazaba al que se le antojaba, en el momento cuando ella deseara, increíble pero cierto, nadie se atrevía a decir nada.


“Esa vieja me la montó porque yo no me drogaba con esos polvos que se metían ni me amarraba una sábana al cuello para después drogarme con el mareo que dejaba la asfixia, es que era gente que había consumido de bazuco para abajo, estaban re desesperados por meterse lo que fuera. Hasta que un día ella me dijo que si seguía ahí no iba a vivir para contarla, que yo era una niña de mami que lo tenía todo en la vida y que yo le caía mal, en pocas palabras, entonces que por eso me iba a chuzar” cuenta Lina con la mirada perdida mientras un silencio de unos segundos, seguido de un suspiro nos deja pensando a las dos.


Lina estaba tan asustada que lo único que esperaba luego de esas palabras era que llegara el día de la visita para contarle a su mamá lo que estaba pasando. Los días siguientes a eso serían determinantes para ella. A petición de Olga Lucía, su madre, redactó un acta de compromiso en donde se hacía responsable del futuro de Lina si la sacaba de la institución, de la cual obtuvo pronta respuesta. Luego de un año de sufrimientos y amargura, Lina pudo salir de ese lugar, un lugar que la dejaría marcada para siempre porque fue su peor pesadilla.

“Eso me dejó tan marcada que me quitó las ganas de volver a probar esa mierda, nunca había sentido la muerte tan cerca, y si mi mamá no hacía algo, yo ahorita no le estuviera contando la historia”.


Luego de esta experiencia, Lina terminó su bachillerato, y dejó atrás todo su calvario, sin olvidar cada noche acostada en su cama, mientras miraba al techo recordando eso que de su mente nunca se borrará. Trabaja y estudia para poder salir adelante, ayudando a su mamá, esa señora que tanto lloró por ella pero que a su vez nunca dejó de quererla, que siempre guardó la fe y la esperanza de recuperarla, hasta que la sacó de un mundo, que para muchos otros no tuvo una salida y un final feliz.

| Nota del editor *

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