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Un cardenal en el banco de los imputados en el Vaticano

La Santa Sede, que se enfrenta con una grave crisis financiera, inicia un proceso contra 10 imputados de alto rango, entre ellos un cardenal, acusados de despilfarro de los recursos de la Iglesia.

La cúpula de la Iglesia católica está en apuros de dinero. Con los tiempos que corren, sería natural echarle la culpa al coronavirus, pero, en realidad, el Vaticano lleva años lidiando con el problema de los ingresos menguantes.

Desde 2016 el Estado eclesiástico no tuvo ni un solo año con superávit, con lo cual en un lustro acumuló un déficit estructural de 237 millones de euros, que podría crecer hasta 276 millones para finales del año.

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Uno de los factores negativos fue la inexorable reducción del Óbolo de San Pedro, o sea, de las donaciones que los fieles hacen a la Iglesia católica y que cada año aseguran casi un quinto de sus ingresos: entre 2014 y 2020 cayeron de 68 a 44 millones de euros al año.

Teniendo en cuenta que tan sólo un 10 por ciento de la suma se destina a la caridad, mientras el resto se usa para cubrir los gastos de la Santa Sede, es fácil comprender el impacto que el espíritu ahorrador de los feligreses tiene sobre la hacienda vaticana.

Malas inversiones

La generosidad de los fieles no es algo que el Vaticano puede controlar directamente, a diferencia de las inversiones que hace. Pues bien, en este campo últimamente tampoco le han ido bien las cosas.

Por ejemplo, en 2013 la Secretaría de Estado (Cancillería del Vaticano) adquirió un palacio en la Sloane Avenue en Londres por unos 350 millones de euros, una cifra tres veces mayor en comparación con el precio de mercado. Desde entonces el edificio hizo perder a la Santa Sede entre 73 y 166 millones.

Otra mala inversión fue la que hizo la Secretaría de Estado en el Athena Capital Global Opportunities Fund, entre junio de 2013 y febrero de 2014, con los 200 millones de dólares que le prestó el banco Credit Suisse. Para septiembre de 2018 las cuotas de participación que tenía el Vaticano en el fondo perdieron 18 millones respecto al valor inicial, aunque se estima que la pérdida total fue aún mayor.

Según los fiscales del Vaticano, todo esto se debió no tanto a los errores de cálculo de la Secretaría de Estado, en cuanto a las operaciones fraudulentas en las cuales se empleaban los fondos recaudados a través del Óbolo de San Pedro.

Actividades sospechosas del cardenal Becciu

Este martes comparecieron ante los jueces diez imputados. La mayoría son laicos, entre ellos, Raffaele Mincione, gestor del fondo Athena, que usó el dinero del Vaticano para especulaciones, o Enrico Crasso, apodado el banquero del Vaticano que durante décadas gestionó las inversiones de la Secretaría de Estado.

Pero también hay un prelado de muy alto rango: Giovanni Angelo Becciu, al cual se atribuye el dudoso honor de ser el primer cardenal en la historia de la Iglesia católica que será procesado por el tribunal papal.

Los investigadores establecieron que Becciu, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, estaba implicado en las operaciones con el palacio londinense, pero no sólo.

En 2019 aprobó la asignación de 575.000 euros a la sociedad de su agente Cecilia Marogna en cambio de servicios de inteligencia no desvelados; con este dinero se efectuaron “compras no compatibles con el objeto social de la misma sociedad y, por lo tanto, no justificables”. Además, Becciu ayudó a su hermano Antonino, que gestiona una cooperativa, enviándole un total de 825.000 euros provenientes de las arcas de la Iglesia.

Por supuesto, los abogados de Becciu insisten en su inocencia y dicen que “en vísperas del proceso el cardenal está muy sereno, porque tiene la conciencia tranquila y está seguro de que, al final, la verdad emergerá. No se apropió ni siquiera un céntimo y durante toda su vida fue fiel a la Iglesia y al papa”.

De hecho, compete a los jueces decidir si los defensores del cardenal caído en desgracia tienen razón. A su vez, la Santa Sede tendrá una tarea mucho más ardua: tratar de salvar su reputación y convencer a los fieles de que sus donaciones van en obras de caridad y no en especulaciones financieras. De no lograrlo, la pérdida de confianza de los creyentes le puede dañar más que la pandemia.

| Nota del editor *

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