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Alto del vino: historia de un patacón – primera parte

Por: César Ramírez

– ¿Yo qué hago aquí? Debería estar en mi casa durmiendo, abrigado, debajo de las cobijas, no sé qué hago aquí –

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Esto siempre es lo más gracioso, la gente que lo pasa a uno y así mismo la gente que uno va pasando, lleva la misma prédica, un perpetúo sufrimiento que se desata en una expresión muy física…

La gente dice que antes de cada espectáculo hay situaciones muy especiales que motivan a seguir adelante. Retumba el palpitar del corazón por toda la habitación, ese sonar es tan fuerte que se sincroniza con el sonido del despertador. Ring ring… Al principio siempre es un sonido infernal que se va acoplando lentamente a otros sonidos filarmónicos en la vida.

Casi siempre se plantea así… Abrir los ojos, mirar la hora, posteriormente hacer una buena serie de abdominales para calentar el “Core”. Todo esto hace parte de un ritual que solo un loco amante de la carretera llega a sentir. El frío de la madruga, un buen jugo de borojó y, “siempre hay que continuar” – dicen los más añejos de la ruta -.

Hay un recuerdo muy regular de los ancestros, amigos, exnovias, malas y buenas experiencias que motivan el inicio del ascenso. Esto junto con la sincronía del palpitar, la respiración y el constante roce de la cadena son los sonidos que se acumulan en el oído interno y que juntos forman una sola melodía, la melodía del sufrimiento. Dicen que para conocer hay que caminar, o bueno, en este caso andar, y qué mejor deporte que aquel que te da alegrías infinitas.

Yo no conocía y siempre me preguntaba qué había más allá del Puente de Guadua por la calle 80, al finalizar Bogotá por el lado del occidente. En dirección hacia La Vega a 25 kilómetros del puente que inicia los primeros síntomas de dolor, se encuentra el Alto del Vino, un puerto para aprendices y profesionales del deporte más lindo que tiene la vida: el ciclismo.

Siempre hay que continuar y nunca poner un pie en tierra en el ascenso, esto es una proeza que se maneja en el deporte, no es deshonra, fallar o incluso perder… Bajarse de la bicicleta en pleno ascenso es básicamente explotar a nivel mental y decir que – No puedo más -.

Hay un reflejo muy especial que se siente en la ruta, mi bicicleta no es la mejor, es pesada e incluso hasta incómoda, pero, ver bicicletas en carbono, con cambios y componentes que pesan igual que mi manubrio y ver a esa misma gente sufrir igual o más que yo en la montaña, da moral… No es la flecha, es el indio… No es la bicicleta, son las piernas…

Como les venía comentando todo hace parte de una sincronía, todo funciona como un reloj, y ese reloj es el que indica que es hora de salir del hogar cálido, colocarse el casco y empezar a rodar. Es un encuentro grato, ver personas jóvenes, viejas, mujeres y cualquier cantidad de locos que aman chupar frío y bueno, por qué no decir la verdad, comer mierda.

La imagen es la siguiente

5:30 a.m. El sol aún no sale, inicia el pedaleo de calentamiento hasta el puente, arden las piernas, miras la bicicleta que esté andando en perfecto estado, se hacen unas pequeñas series para medir tu animosidad, juegas con la línea del pavimento para probar reflejos, un sorbo de agua y aprietas las piernas en un pequeño Sprint hasta el semáforo que divide el calvario de una vida normal y tranquila.

¿Recuerdan la hora? Bueno, solo han pasado de 5 a 10 minutos dependiendo de qué tan dormido uno se encuentre. El verdadero reto empieza siempre con una espera, que se convierte rápidamente en una ansiedad compulsiva por salir ya a reventar a los compañeros, ¡sino lo revientan a uno primero! Así continuamos.

5:45 a.m. Se acumula la gente en el Puente de Guadua y empieza a llegar el grupeto, amigos, conocidos, incluso gente que busca con quien rodar se unen a la espera y así llega siempre el líder que dice – “vamos a darle suave hoy” – Ese darle suave para los que hasta ahora se unen a la aventura es la pesadilla en carne propia.

– ¿Primera vez? – En mi cabeza no cabe la pregunta si vamos a 30 kilómetros por hora y me voy ahogando por la falta de oxígeno, la costumbre y, por sobre todas las cosas, el ardor tan insoportable que uno siente en las piernas. Y yo pensando que porque andaba rápido en la ciudad estaba preparado para esto.

– Si señor, primera vez, vengo con mis compas que llevan ya rodando unos varios años. Y la verdad no sé qué esperar.

– Bueno, solo disfrútelo, la primera vez siempre es dolorosa, pero se aprende mucho.

Esas palabras siempre marcan la primera salida de un ciclista “patacón”: un patacón en la ruta es aquella persona tiesa, lenta, adolorida a más no poder, todo un patacón. Siempre es una sorpresa escuchar a gente en la ruta y de hecho eso es lo bonito de este deporte, la sensación que genera la buena comunicación y sana competencia entre amateurs y profesionales.

Esto siempre se sale de control, ya pasamos Siberia y se ve a la distancia el peaje que indica solo una cosa, la leña está a punto de prenderse, si me venía ahogando a 30 kilómetros por hora, escuchar el látigo y los gemidos de los ciclistas al pasar el peaje me deja sin piernas. ¿Recuerdan los dolorosos de Jesús? estos son los del ciclista.

Segunda parte: https://www.uniminutoradio.com.co/alto-del-vino-historia-de-un-patacon-segunda-parte/

| Nota del editor *

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