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De la realidad a la ficción, la historia de Gabriel García Márquez

En un municipio ubicado al norte del departamento del Magdalena, nació el seis de marzo de 1927 en Aracataca, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

Por: Laura Camila Cárdenas. 5to semestre

En un lugar de paisajes irrigados por ríos, por quebradas, por una flora y fauna ex­quisitas, por diversidad de climas y pi­sos térmicos, por las altas montañas que se extienden desde la Sierra Nevada de Santa Marta, nació el seis de marzo de 1927 el Pre­mio Nobel de Literatura Gabriel García Már­quez, en Aracataca, un municipio del norte del departamento del Magdalena.

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Desde que abrió sus ojos y fijó su mirada al mundo, estaba predestinado a dejar una huella con cada paso que dio. Su infancia transcurrió en la Costa Norte del Caribe Co­lombiano en medio de una familia amorosa pero permeada por las necesidades caracte­rísticas de una realidad carente de recursos para llevar una vida plena y sin preocupacio­nes. Gabito, como le llamaban sus familia­res y amistades más cercanas, vivió con sus abuelos maternos hasta los ocho años, tiem­po en el que aprendió y presenció muchas aventuras que se convirtieron en musas para escribir sus obras literarias.

Fotografía: Henry Jaraba

Papalelo y Mina, apelativos que usaba Ga­briel para llamar a sus abuelos trazaron en su vida una magna influencia que definiría el resultado de obras que reflejarían la realidad que experimenta la sociedad, y la fantasía que eleva la mente a sucesos inimaginables. De un lado, estaba su abuelo, el coronel Ni­colás Márquez, que enseñó a Gabo desde pequeño cómo era la vida en el Ejército, la Guerra de los Mil Días, la Masacre de las Ba­naneras, y le inculcó la pasión por la histo­ria, el periodismo y la literatura. De otro lado estaba su abuela, Tranquilina Iguarán, una mujer de origen gallego que le narraba a su nieto historias fantásticas, fábulas maravillo­sas y leyendas que luego estarían presentes en su prosa.

A pesar de ser una familia de escasos recur­sos, sus padres se preocuparon e hicieron lo posible por brindarle una buena educación, y es así como el escritor aprendió a leer a los cinco años. Sus libros favoritos eran los diccionarios y las enciclopedias de Papalelo con los que descubrió el significado de mu­chas palabras. Debido a su inteligencia, en 1940, gracias a una beca, ingresó a estudiar en el Colegio Liceo de Zipaquirá, lo que im­plicó mudarse a Bogotá, uno de los momen­tos más difíciles de su existencia, pero que lo formó como un ser más temerario.

Gabriel García Márquez fue un hombre de múltiples talentos y vocaciones: su primera afición fue la ilustración, talento que develó desde los cuatro años cuando rayaba y ha­cía murales en las paredes de su casa hasta la secundaria, tanto así que en el lapso en que cursó octavo y noveno grados se volvió famoso entre sus compañeros por hacer ilus­traciones de mujeres desnudas, rosas, gatos y burros; era tan bueno que su profesor de literatura, Calderón Hermida, se atrevió a asegurar que sería pintor, actividad que para él era solo un pasatiempo.

Sus talentos daban cuenta de lo que en el futuro se convertiría en una de sus profesio­nes. La imaginación de Gabo era latente: le gustaba la magia, disfrutaba del teatro y del cine, razón por la cual participaba en circos y obras de teatro en las ferias de Aracata­ca, donde junto con sus amigos recreaba sus propios escenarios y piezas teatrales. El amor movía cada fibra de su cuerpo cuan­do encontró al amor de su vida, Mercedes Barcha, su fiel acompañante hasta el último día, a la que conociera en un baile estudian­til, aunque su primer amor fue Rosa Elena, su profesora de infancia que le enseñó a leer e influyó en su puntualidad y en sus técnicas previas de escritura.

Así, pasaron sus primeras décadas hasta 1947, año que marcaría un antes y un des­pués, cuando ingresaría a la Universidad Na­cional de Colombia a estudiar derecho por pujanza de sus padres, aunque nunca perdió el fervor que sentía por la escritura. Es DU­RANTE esa temporada universitaria que hizo su primera publicación en el periódico El Es­pectador con un cuento llamado La tercera resignación, inspirado en La metamorfosis de Kafka, evento que transformaría su historia, sin saber que ese acontecimiento era el inicio de una larga vida periodística y literaria.

Los estudios de derecho seguían en marcha, que, no obstante, se vieron interrumpidos por El Bogotazo, un hito significativo para la memoria de nuestro país. Debido a los dis­turbios ocasionados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la Universidad Nacional cerró por tiempo indefinido, asunto preocupante para el literato, pues vivir en la metrópoli se tornó toda una odisea. La situación no mejo­raba, la violencia no mostraba sus banderas blancas, así que sin pensarlo tanto se regresó a su lugar de origen y empezó a escribir para el periódico El Universal de Cartagena entre 1948 y 1949.

Las leyes pasaron a un segundo plano: se dedicó a escribir y al periodismo de jornada completa. En 1950 y 1952 escribió columnas para el diario local El Heraldo de Barranquilla bajo el seudónimo de Septimus, época en la que conoció a sus mejores amigos del llama­do Grupo de Barranquilla, tertulia en la que se reunían a dialogar sobre literatura y libros, su tema favorito. Dos años después volvió a la capital colombiana para trabajar como re­portero y crítico cinematográfico en El Espec­tador.

1955 representó para el escritor la llegada de nuevos conocimientos y experiencias, su primer libro, La Hojarasca, estaba a punto de salir del cascarón, novela corta, que na­rra la historia de una venganza colectiva en Macondo, que se transformó en la primera obra literaria publicada que señala el inicio de muchas otras creaciones que abordaron el Realismo Mágico. En ese mismo año salió a la luz uno de sus trabajos periodísticos más significativos, Relato de un Náufrago, la re­copilación de catorce crónicas que fueron publicadas en igual número de entregas por el diario El Espectador.

Dichas crónicas relatan el naufragio de la nave ARC Caldas en la que cayeron al mar ocho tripulantes por una tormenta. Gabo fue elegido por el entonces director del pe­riódico El Espectador, Guillermo Cano, para reconstruir los hechos, que, durante 20 días entrevistó a Luis Alejandro Velasco, único sobreviviente, a quien le hizo una serie de entrevistas en las que tomó los apuntes ne­cesarios para revelar la verdadera razón por las que había colapsado la embarcación: se trataba de un sobrepeso a causa de un car­gamento de contrabando.

Su carrera pasaba por su mejor momento du­rante la década de los 60, pero la vida le dio una vuelta de 180 grados con un viaje a tie­rras norteamericanas: se mudó a Nueva York donde trabajó como corresponsal de Prensa Latina, agencia cubana de Información. Por la época también fue denominado como uno de los principales autores del Boom Latinoa­mericano. Mientras seguía viajando, esta vez a París, escribió El Coronel no Tiene Quien le Escriba, al tiempo que realizaba su trabajo de reportero para el mismo medio de comu­nicación.

A través de sus obras literarias García Már­quez manifestó la realidad social del país, mediante obras como La Mala Hora, lanzada en 1962, con una prosa que gira en torno a los abusos de poder de un alcalde que encu­bre la muerte de un prisionero en circunstan­cias sospechosas, ocultando evidencias que pudieran delatar al culpable y censurando a cualquier investigador que quisiera indagar sobre lo ocurrido. Esta novela podría conside­rarse como una denuncia sobre los crímenes del Gobierno Colombiano hacia las personas que protestaban contra la administración en la década de los 60.

Obras como El Coronel no Tiene Quien le Es­criba, La Hojarasca y La Mala Hora, abordan temas sobre la violencia, la guerra civil entre conservadores y liberales, las injusticias so­ciales y la censura a través de sus personajes. Aunque sus historias narran estas problemá­ticas, a Gabo no le gustaba usar sus publi­caciones como propaganda política, decía: “El deber del escritor revolucionario es escribir bien, y el ideal es una novela que mueve al lec­tor por su contenido político y social, y al mismo tiempo por su poder para penetrar en la reali­dad y exponer su otra cara”.

Su siguiente novela, Cien Años de Soledad, se erigió en la cúspide de sus mayores éxitos como escritor en el mundo, que tardó die­ciocho meses en escribir en Ciudad de Mé­xico. La idea original de esta obra nació en 1952 cuando hizo un viaje a Aracataca, que fue el objeto de su inspiración para la cons­trucción de Macondo, presente en algunos de sus trabajos literarios.

Esta obra presenta una personificación de la cultura y de las cos­tumbres de la población colombiana y lati­noamericana; su estilo empatizó tanto con la gente que ha vendido más de 30 millones de ediciones y ha sido traducida a 48 idiomas. Esta y muchas otras obras son la recopilación de una labor célebre que fue premiada con un Nobel de Literatura en 1982, afianzándo­se como orgullo nacional y como uno de los escritores ilustres en el mundo.

Los años seguían pasando y más éxitos se iban cosechando. En compañía con otros intelectuales y periodistas con tendencias izquierdistas, fundó la revista Alternativa en 1974, que estuvo vigente durante seis años, y que marcó un hito en la historia del pe­riodismo contrapoder en Colombia, dándole espacio a los que no tenían voz, a las mani­festaciones y luchas populares invisibilizadas por la prensa tradicional, que mientras estu­vo en vigencia le mostró al público textos pe­riodísticos como Chile, El golpe y los gringos, Macondo, Ojos de perro azul, entre otros.

En 1994, de la mano de su hermano Jaime García Márquez y de su amigo y colega el periodista Jaime Abello Banfi, creó la Fun­dación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), actualmente conocida como Funda­ción Gabo, con el fin de promover el perio­dismo de calidad que busca investigar, desci­frar y explicar la realidad de manera rigurosa, ética y creativa, para que la ciudadanía esté mejor informada; con el pasar del tiempo la organización ha evolucionado con nuevas actividades como el Festival Gabo y el Premio Gabo que enaltecen su memoria.

El estilo y la técnica de su escritura llama­ban la atención de quienes leían cada uno de sus relatos, sin embargo, para el novelis­ta, las formas de escribir variaban según el tema, y aseguraba: “Cada libro intenta tomar un camino diferente. Uno no elige el estilo. Us­ted puede investigar y tratar de descubrir cuál es el mejor estilo para un tema, pero el estilo está determinado por el tema, por el ánimo del momento”.

Los reportajes parecen cuentos, pero están fundados en la realidad, eran palabras que mencionaba una y otra vez Gabriel García Márquez, cada vez que se lo preguntaban; Noticia de un Secuestro es un libro de no fic­ción que surgió por la necesidad de redactar un reportaje; en un primer intento quiso ha­cer otro reportaje de tal magnitud con un en­venenamiento colectivo ocurrido en Chiquin­quirá, por cuenta de una harina envenenada por accidente con la que se fabricó el pan en una panadería del pueblo una mañana de domingo, pero no lo logró porque al acercar­se al lugar de los hechos para hacer el trabajo de campo, fue abordado por la prensa cuyo asedio imposibilitó su desarrollo.

No obstante, después de un tiempo decidió escribir sobre el secuestro de Maruja Pachón, periodista y exministra de educación entre 1993 y 1994, en plena guerra del Gobierno Colombiano contra los carteles de la droga. Su objetivo principal fue escribir acerca de los acontecimientos sucedidos y sobre las maniobras que enfrentó el esposo de Pachón para gestionar el rescate. Quería saber todos los detalles así que entrevistó a otros ocho secuestrados para tener una visión más am­plia de lo ocurrido, y todavía sentía que le faltaba la cereza del postre, y sin preámbulos tomó la determinación de documentar todos los pormenores alrededor de la práctica del secuestro en la época. En esta narración no literaria invirtió 3 años, hasta su publicación en 1996.

Jamás dejó de escribir, incluso durante sus últimos años de vida, a pesar del desgaste físico y mental de la edad. Amaba su tierra, y aunque no viviera en ella, le gustaba su música y cada vez que venía de visita escu­chaba unos cuantos vallenatos. El 19 de abril de 2014 cerró sus ojos. Su muerte invadió de nostalgia los corazones de una multitud, y sus letras quedaron plasmadas en miles de páginas que narraron historias a su manera, que ofrecen una visión de Latinoamérica, ins­piradas en hechos reales, y en la magia pre­sente en la cotidianidad, la belleza y el horror en las cosas que nos rodean.

| Nota del editor *

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