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Periodismo y militancia: ¿cruzamos la línea roja?

“El periodismo es libre o es una farsa” –Rodolfo Walsh, escritor, periodista y activista argentino (1927-1977)

Por: Cristian Alexis Vega

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Antes de escribir este artículo de crítica- porque considero que el periodismo no puede ser inmune al escrutinio interno que aplicamos, o decimos aplicar, a todos los sectores y agentes de nuestra sociedad- llega a una de mis cuentas de redes sociales un video de una persona desconocida haciéndose pasar por un vocero de los medios de comunicación masiva, que afirma de forma guasonesca: “los medios de comunicación dominamos tu miedo a favor de mantener tu control”. Un ejercicio de propaganda más.

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En mis tiempos de estudiante pondría el puño en el escritorio y diría que es una vil falacia de los sectores más enajenados en el poder social. Pero ahora, desde la visión de un comunicador que ve más allá de las murallas de la cátedra y de los portones de marfil de los medios, me he visto abocado a reflexionar qué tan alejados estamos de esta percepción de una realidad cada vez más difusa y menos cierta.

La pandemia ha exacerbado los peores sentimientos de la sociedad en todo aspecto: intolerancia, xenofobia, racismo, antisemitismo, difamación, etc. Y todos los movimientos dentro del periodismo, que se han gestado desde el inicio de esta atípica situación, han dado a entender que nuestro oficio también fue infectado por estos males que han parecido más tóxicos y letales que el mismo Coronavirus.

A pesar de que el desarrollo del periodismo profesional ha convivido constantemente con el fantasma del totalitarismo y de las conductas colectivistas de varios frentes desde la misma época de su surgimiento (con las ideas de Marx, Lenin, la República de Weimar, Mussolini- difícil creer que tan cruel dictador fuese periodista en su juventud-, Hitler, etc.) hoy día pareciera que la línea roja, de lo que es correcto y lo que no es correcto en el ejercicio periodístico- practicado con ética y responsabilidad ante los gobernados y frente a los gobernantes, del color que fuesen, de la ideología que practicasen- no solo ha sido traspasada, sino que pareciera que esa demarcación que diferencia al periodismo serio, investigativo, pero con argumentos, crítico pero con fundamentos, cercano a la ciudadanía y con un ápice de responsabilidad social, terminó por borrarse de una vez por todas en relación con los desinformadores que venden humo y terror y con el predominio de las redes sociales como fuentes de información y el temor de la gente ante la incertidumbre de si la certeza de la vida antes de este virus regresará a como era hasta hace un año atrás.

Un ejemplo es cómo el periodismo y los medios de comunicación, tanto los de carácter masivo y corporativo, como los que en esencia se autodenominan “alternativos” o “ciudadanos”, han tomado posiciones radicales en distintos aspectos de la sociedad, con postulados que otrora fuera imposible hacer públicos o que, por lo menos, pudieran difundirse entre la escasa y selecta información de otras épocas. El disenso, la discrepancia respetuosa, la objetividad, la libre expresión y el respeto al pensamiento ajeno poco a poco se han ido apagando de los pocos impresos que quedan, y de las pantallas tradicionales que han trasmutado a la múltiple presencialidad ofrecida por Internet y las nuevas plataformas de contenido.

Y la preocupación sobre la transición del periodismo, de contadores de la realidad a propagadores de ideas que no admiten un milímetro de razón y de conciencia, ha estado rondando la mente de varios académicos, investigadores, e incluso, de muchos periodistas (entre los que me incluyo), porque pareciera que la agenda informativa se convirtió en el escenario para la rivalidad, la aversión, el odio y, sobre todo, una palabra: dominación.

Dominación de unos que quieren preservar el poder, de otros que quieren tenerlo a como dé lugar, en un juego de tire y afloje en el que nadie está dispuesto a ceder; y en el que el periodismo junto con muchos de sus actuales referentes han decidido enfundarse en las casacas de uno u otro bando. No hay que ser un experto en este tema para, un día cualquiera, poner un canal de televisión, una estación de radio, o leer un periódico, una revista o un portal web y saber de inmediato, no la noticia del momento, sino el tratamiento que tiene por objetivo acceder a lo más profundo de la psique colectiva, y encausar esos miedos, motivaciones y emociones como quien conduce un automóvil. Todo esto, para encausar discursos cada vez más radicales que se han venido apoderando de la política, la economía y el relacionamiento social.

La pandemia le cayó de perlas a este movimiento de “difusores comprometidos” que pulularon en medios masivos ante la crisis actual del modelo comunicacional y de los medios de comunicación. Los primeros han superado a los últimos por amplia mayoría, dado el poderío de la data sin filtro que circula por el éter de la digitalidad, y que se reprodujo a niveles dignos de las células, gracias a que Internet hace posible la formación de páginas y perfiles sin control ni verificación estrictos en el procesamiento de la información, como lo hacemos, o como en teoría deberíamos hacerlo los periodistas profesionales.

La tiranía del clic, la anarquía del morbo y el reino del sensacionalismo han esclavizado la generación de contenido informativo, y la propaganda comunicacional hace uso de esta alienación para masificar su influencia, ya no dentro de la sociedad, sino dentro de la cultura popular. Se trata de un vacío que dejaron los medios tradicionales, aprovechado por “influenciadores” que han desfogado su versión más pasionaria y radical en aras de una “lucha contra la injusticia”, un libreto que venden como la “verdad” única y absoluta que solo ellos tienen, y que todo aquel que los contradiga es un enemigo que no debe ser ignorado sino atacado y silenciado a como dé lugar. 

A mi memoria vienen las palabras de una colega periodista de alto reconocimiento nacional que, en su momento, le pidió a las universidades que cerraran de una vez por todas las Facultades de Comunicación Social y Periodismo. Hoy, y ahora más que nunca, ante todo lo que acontece- cuando con mayor fuerza el populismo y el colectivismo están apoderándose del mundo, cuando un número grande de comunicadores y periodistas de esta y otras generaciones (incluyendo los de mayor renombre) prefieren estar de parte de estas tendencias en lugar de cumplir con su mandato de vigilar el poder y hacer sentir los reclamos de la ciudadanía- es necesario que la Academia forme a las nuevas generaciones de periodistas, pero que lo hagan para ser realmente independientes, sin que desgasten la palabra independencia como remoquete para lanzar dardos a diestra y siniestra a quienes no piensen como ellos o como sus líderes. Es necesario replantear la formación de nuestro gremio hacia los nuevos tiempos, para que predomine la multimedialidad y la traslinealidad por sobre el estándar tradicional (emisor-receptor); para que quienes ejerzan la profesión sean críticos, pero no criticones, y puedan separar sus emociones personales de los contenidos, no le teman a crear sus propios medios, a gestionar aspectos básicos del funcionamiento empresarial- mal o bien, hasta el más “alternativo” de los medios tiene costos y gastos de funcionamiento y debe pagarles a sus colaboradores-. Ser autosuficiente evita el temor a investigar, a salir a la calle a hacer reportería, a ser multidisciplinar; y a no temerle al poder, sea gobierno u oposición, gremial o sindical, técnico o jugador, porque el poder no es perfecto, en tanto es humano. 

En conclusión, el nuevo periodismo, por antonomasia, debe ser independiente y tiene la responsabilidad de estar presto para vigilar y confrontar, incluso aquello en lo que creemos ciegamente, si quiere prevalecer ante las olas de plataformas partidistas conformadas por líderes sin escrúpulos y ansiosos de poder. Una frase que resume esta tendencia la citó el comediante mexicano Víctor Trujillo, caracterizado en su personaje de “Brozo, el payaso tenebroso”, cuando los simpatizantes del actual presidente de México lo atacaron e hicieron que su programa de radio saliera del aire, por expresar sus discrepancias con Andrés Manuel López Obrador (a quien había apoyado). Sus palabras serán, a mi parecer, la salvación de nuestro oficio: “Al poder se le vigila, no se le aplaude”.

| Nota del editor *

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