Aún cuando la palabra ‘desastre ambiental’ podría acuñarse a otras problemáticas que atraviesa Bogotá, por ejemplo, la de las basuras y su disposición final en rellenos sanitarios, no cabe duda de que, en menos de un mes, los bogotanos han escuchado en tres oportunidades esas dos palabras a partir de las alertas por mala calidad del aire que aquí se respira.
Para que quede claro desde el principio en este artículo, las palabras ‘desastre ambiental’ son sinónimo de muerte, así lo permite interpretar el documento de 1999 de las Naciones Unidas en el que se desarrolla el concepto desde distintas orillas. Esto se traduce en: cómo el estado de contaminación ha llegado a tal punto, que no hay forma de evitar las muertes que producirá. ¿Por qué? Porque no hay forma de controlarla y las cartas ya están echadas.
La capital de Colombia está en la mala hora de su calidad de aire, y bajo el amparo de diferentes medidas como la del pico y placa extendido para motos y carros, se busca que las cosas mejoren. Pero para el médico científico Gonzalo Ernesto Díaz, autoridad académica y médica en el tema, estos son paños de agua tibia que no resuelven en nada los temas de fondo.
Según el experto de la Universidad Nacional, el gobierno de Bogotá miente con sus estudios e indicadores y confirma su torpeza e ingenuidad con decisiones administrativas. Impedir la circulación de carros y motos, y solicitar a las industrias menos producción, es como intentar sanar a un enfermo a punta de placebos.
Industrias y transporte
De acuerdo con los estudios que él cita de la Universidad Nacional y de los Andes, el 50% de la contaminación es por dos razones: industria y transporte público. “Si no se arreglan las dos cosas nada se hace”, dice sin temor, al tiempo que advierte la necesidad de obligar a las empresas a que reemplacen las calderas industriales (que generan combustión con gases venenosos que llegan al cuerpo) por energía eléctrica, o mandarles a “bajar su producción al 25% para quienes no produzcan con electricidad”.
Ahora bien, el otro aspecto es igual de espinoso al anterior, se trata de la responsabilidad de los dueños de los automotores (Distrito y privados), el principal contaminante, según él, es el transporte público. “Ni las motos, ni los vehículos particulares, contaminan tanto como la flota de Transmilenio y el SITP, la única manera de solucionar esto de fondo es devolviendo los buses que compró Bogotá y anulando esa licitación, yo creo que engañaron al alcalde, y no le dijeron los problemas que tenían esos vehículos, y además hay que desmantelar Transmilenio porque se autocontamina”, afirma.
El círculo vicioso de Transmilenio
Cuando el profesor habla de desmantelar no se refiere a que deje de existir. Según sus palabras, se trata de buscar otras maneras de transporte en la capital y no supeditar la movilidad exclusivamente a esa forma. “Transmilenio se autocontamina, desprende más caucho porque sus llantas arrastran más, entonces ese caucho produce nanopartículas cancerígenas que entran a los motores y se nitran, y al final terminamos respirando eso”, puntualiza.
Para él, Medellín respira mejor “y así lo demuestran los datos la red de casi 100 ciudadanos científicos con estaciones de medición”. El Valle de Aburrá no ha sido ajeno a las alertas medioambientales pero como su sistema de transporte es más limpio que el de los capitalinos, el impacto parece que es menor. “Allá hay varias líneas de metro, hay tranvía, metro cable, y fuera de eso las autoridades dan valores ciertos, los de aquí no, los de aquí son inventados. Sin embargo, también tienen el reto de medir otras cosas que hacen daño y no las están haciendo, pero están mucho mejor que nosotros”.
Más allá del drama que suscita la salida de circulación de miles de motos y autos, o el estrés del transporte público atiborrado de gente, lo cierto es que la problemática requiere una transformación de fondo, a lo mejor, de voluntad política de los líderes, aspectos que deben ser tenidos en cuenta para resolver sin inmediatez e improvisación.