Por: David López
Es una colosal colina en la periferia de Bogotá. Posee incontables casas a medio terminar, cada una más humilde que la otra. Altos de Cazucá forma parte de las 24 hectáreas de Soacha, cuenta con 33 barrios y se caracteriza por ser el hogar de la mayor cantidad de desplazados del país, con alrededor de 18.000 víctimas para el último censo poblacional. Según los habitantes, la cifra podría ser mayor.
En la imponente loma, existe un gran asentamiento de personas provenientes de diferentes regiones de Colombia, que llegaron a la capital en búsqueda de oportunidades laborales y se quedaron en la comuna debido al bajo precio de la renta y los servicios públicos, aunque vivir en este lugar signifique gastar hasta tres pasajes o incluso caminar dos kilómetros.
El grafiti enorme que se ve desde los barrios aledaños forma la palabra “Cazucarte”, el nombre de un colectivo de 15 jóvenes y artistas urbanos que se expresan mediante la cultura Hip-hop y que fue conformado a principios de este milenio. Este colectivo es parte de los 69.325 habitantes que viven en la comuna cuatro, lo que significa el 17.44% de la población de Soacha en sus seis comunas. Cazucá es la segunda más habitada. Las condiciones conforman un encuentro cultural que, aunado a la precariedad económica y al olvido estatal, generan una serie de complicaciones sociales.
El investigador Iván Morales, de la Tecnología en Realización Audiovisual, llevaba 3 años trabajando en el barrio Altos del Pino –a tan solo una cuadra de Altos de Cazucá– generando propuestas participativas desde el lenguaje audiovisual. Morales describe la dificultad de la zona como “diversos problemas a tratar, entre otros está el racismo, la venta y el consumo (de estupefacientes), las desigualdades sociales, las fronteras invisibles, los embarazos prematuros y el desempleo, entre otros asuntos”, y añade que estas problemáticas se mantienen por el temor a amenazas y la falta de participación de la comunidad.
Para trabajar estos temas, se sumó el profesor César Rocha –líder del grupo en Comunicación, Lenguaje y Participación– quien venía investigando acerca de la construcción de ciudadanías participativas ante los conflictos y coincidió con Morales en el interés por abordar el video participativo. A ellos, se vinculó el semillero de realización audiovisual llamado “Mateo Rizo” –nombrado así en honor a un estudiante que asesinaron– dirigido por la profesora María Teresa Muñoz, así como las investigadoras Liliana Raigoso y Catalina Alfonso.
Por otra parte, los comunicadores comenzaron conversaciones, que posteriormente se convirtieron en talleres con la comunidad para conocer sus condiciones culturales y socioeconómicas. “No hay mejor forma de romper rótulos, se trató de quitar el papel de docente y entender que la ciudad la construimos todos desde nuestras diversas posiciones o profesiones”, afirma Liliana Raigoso.
Por consiguiente, resolvieron vincular a estos talleres las organizaciones “Escape” y “Cazucarte”, junto a algunos actores sociales como madres cabeza de familia, líderes sociales, jóvenes, niños y ancianos. El ejercicio consistió en crear espacios de confianza, en donde se sentaban alrededor del fuego, con chocolate en mano, a hablar durante horas, en una infinita lluvia de ideas.
“Son ellos los que mejor conocen su propia realidad porque la viven. Una investigación participativa considera a los actores sociales como sujetos colectivos, no como objetos de estudio”, sostienen los investigadores.
Cámaras, luces y acción
En este punto, entró la producción audiovisual. Más allá del registro de la situación, los investigadores enseñaron metodologías para que la población comprendiera sus propias realidades a partir del video con enfoque social, como un espacio de participación y cambio social. Lo importante no era grabar por grabar sino pensarse las tomas, las escenas y la muestra de su realidad al mundo.
Finalizada la etapa de reconocimiento, la comunidad del adulto mayor tuvo que desistir del proceso. Según comenta el profesor Morales: “Es un grupo muy interesante, pero había intermitencia por enfermedades y citas médicas, entonces los únicos con los que pudimos generar y terminar el proceso fue con los jóvenes”.
A partir de esta etapa el grupo de investigación comenzó el rodaje, en donde la comunidad joven se empoderó del lenguaje audiovisual y conformó guiones que evidencian la realidad del barrio y la labor de los colectivos sociales como eje transformador de la comunidad.
Se establecieron fechas de grabación y edición de video. Los metrajes producidos estuvieron a cargo de la comunidad, en roles como: dirección, escritura de guiones, elección de contenidos, planos, manejo de cámaras, control del sonido, entre otras responsabilidades.
La profesora María Teresa Muñoz afirma que: “Se trata de construir valores colectivos, así se racionalizan los problemas y de esta forma se construyen ciudadanos participativos y unidos. A veces, construir desde la comunicación permite que nos entendamos, rompamos brechas y nos organicemos para solucionarlos en conjunto”.
Y al final…
Y, en conjunto, llegó el momento de la proyección de varios cortometrajes con enfoque social que fueron realizados por otras comunidades de Ciudad Bolívar, barrio aledaño a Cazucá. Por consiguiente, los investigadores diseñaron el Festival Audiovisual “Cultura con altura”, que se llevó a cabo en el barrio, contó con expresiones artísticas y culturales como el grafiti, la música y la comida casera. Todo esto simbolizó el reconocimiento del trabajo para vivir en convivencia y, sobre todo, evidenciar los nuevos retos por asumir desde la participación con poblaciones y territorios.
El festival además permitió el reconocimiento de “Cazucarte” como organización social que da importancia al desarrollo artístico y personal con la formación audiovisual como herramienta para reflexionar, entender y proponer sobre los conflictos territoriales.
Por otra parte, han surgido nuevos retos con las comunidades y más personas de la comuna 4, buscando que se interesen en el trabajo en equipo y la renovación de sus condiciones de vida en temas ambientales y de convivencia.
Este proceso rompe con la idea de un aprendizaje técnico, en este caso del audiovisual, para narrar historias o realidades sobre los conflictos a considerar desde la participación y la organización social. Al ver el trabajo realizado con la comunidad el rector del colegio Luis Carlos Galán quiso hacer partícipe a los estudiantes de bachillerato a principios del año 2018.
Decidieron grabar en un primer video la problemática acerca del microtráfico como alternativa a la falta de oportunidades económicas. En el segundo, en la gran mayoría de barrios las entidades encargadas de la recolección de basuras han sido interrumpidas o nulas y el manejo de las basuras por parte de las personas que habitan el barrio es deficiente. Ambas situaciones afectan a la comunidad de forma sistemática.
Se trata, apenas, del principio de un largo quehacer social para empoderar a diversas comunidades que, a partir de cámaras y luces, se “envidean”, trabajan en equipo y logran transformarse –o por lo menos pensarse– algún fragmento de su realidad.
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