Millones de niños mueren por hambre, los que subsisten están “reducidos ya a esqueletos humanos”; y al respecto “reina un silencio internacional inaceptable”, puntualiza el documento sobre la Fraternidad Humana, por la paz mundial y la convivencia común, firmado en Abu Dabi, 4 de febrero de 2019, entre el papa Francisco y Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, principal líder religioso islámico.
Para los líderes religiosos “se constata un deterioro de la ética, un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad”. La sensación general es de “frustración, de soledad y de desesperación”.
La siguiente confrontación mundial a la segunda, “En diversas partes del mundo y en distintas condiciones trágicas, ha comenzado a mostrar su rostro cruel”.
El terrorismo y la violencia en general está presente en Oriente, en Occidente, en el norte y en el Sur; empero “no se conoce con precisión cuántas víctimas, viudas y huérfanos hayan producido”.
Esa ola impetuosa de terrorismo “no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia”, señala el documento.
Las religiones, declararon, “no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre”.
Uno y otro clamaron a la humanidad “que se deje de usar el nombre de Dios para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión”.
Las causas más importantes de la crisis del mundo moderno, según esa Declaración son: una conciencia humana anestesiada, alejamiento de los valores religiosos, predominio del individualismo, y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre.
Además es necesario, precisan los líderes “interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la cobertura de los medios”.
El llamado en común es “intervenir lo antes posible para parar el derramamiento de sangre inocente y poner fin a las guerras, a los conflictos, a la degradación ambiental y a la decadencia cultural y moral que el mundo vive actualmente.
Ante el holocausto que arde, el único camino, recordaron ambos, es “difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz”, y “reavivar el sentido religioso”.
Conforme al propósito de Al-Azhar al-Sharif —con los musulmanes de Oriente y Occidente—, la Iglesia Católica —con los católicos de Oriente y Occidente—; ahora le corresponde a la sociedad convertir dicha Declaración “en políticas, decisiones, textos legislativos, planes de estudio y materiales de comunicación”.
Es “una invitación a la reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes, incluso entre creyentes y no creyentes”.
Redescubrir “los valores de la paz, de la justicia, del bien, de la belleza, de la fraternidad humana y de la convivencia común”, hicieron los firmantes a intelectuales, filósofos, hombres de religión, artistas, hombres de cultura y trabajadores de los medios de comunicación de todo mundo.