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Personajes de pandemia: Kevin, el comerciante del Madrugón, el lugar donde ahora nadie madruga

Comerciante de 22 años, que trabajaba en el centro, cuenta la dura situación que ha vivido desde el inicio del COVID-19 en Colombia.

Son las 3 de la mañana, suena la alarma del celular y Kevin, un joven de 22 años, siente que no ha dormido lo suficiente, aún está muy oscuro, parece que es el momento más largo de la noche, pero se levanta, se organiza para empezar un nuevo día.

Se abriga bien y sale su bicicleta, vive en el Diana Turbay, a poco más de 7 kilómetros hasta el centro de Bogotá, pedalea hasta un lugar llamado Lomas (por el nombre ya se imaginará usted), es la punta de una montaña. Allí, respira profundo y comienza su descenso hasta lo plano, alcanza una velocidad de más de 50 kilómetros por hora.

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Foto: Kevin, comerciante del Madrugón.

Después de media hora de camino llega al centro, allí se encuentra con muchos comerciantes enérgicos, varios llevan carritos donde cargan la mercancía, algunos cargan en lonas y otros solo esperan sin nada en las manos la apertura de los centros comerciales. A las 5:30 de la mañana empieza la acción.

Llegan muchas personas con el objetivo de comprar productos, algunos para surtir sus negocios en otros sitios de la ciudad o el país, también hay quienes solo van a ver y si les gusta algo, lo compran. Cada vez hay más gente, aumenta el bullicio y la multitud, lo único que esperan los vendedores es “bajar bandera” (hacer la primera venta), suele ser algo estresante, estar entre tanta gente, el humor de los cuerpos se confunde con perfumes, comidas extra grasosas, ambientadores y cuanta cosa más hay a la venta. El ambiente produce mareo, pero Kevin se muestra inquebrantable, quiere vender más.

Ante el ruido de muchos vendedores en la calle y la competencia, él busca los medios para hacer de cualquier individuo un cliente potencial, ¡su cliente! Y lo hace de forma respetuosa tanto para el cliente como para la competencia, pues los comerciantes son muy delicados y se ofenden si sienten que les están robando ventas.

Por lo general el ambiente en el lugar es muy tenso. Entre los que van a la defensa de que no los roben, los afanes de los grandes comerciantes y la insistencia de los vendedores ambulantes. Así eran los días del famoso ‘Madrugón’ de San Victorino, el lugar que más comercio tiene en Bogotá, o tenía, porque después de que el COVID-19 arribó, nada es como antes.

Nada mejor que un hábito para que se vuelva costumbre

El ‘Madrugón’ podría desaparecer ante la pérdida del hábito del poco sueño. Y es que debido al COVID-19 todo cambió, es otra realidad, lo que antes, a las 6 de la mañana estaba lleno de gente buscando mercancía, hoy es desolación. Sí, aún hay personas vendiendo pero no es lo mismo.

Para ingresar a San Victorino hay vallas que impiden el paso libre al público en general, para ingresar hay que hacer una fila larga, con distanciamiento, máscaras y tapabocas, mientras los guardias de seguridad, junto con los mediadores sociales de la Secretaría de Salud se encargan de tomar la temperatura a cada persona que planea ingresar. Además, para comprar dentro de los centros comerciales, hay que cumplir con la medida de pico y cédula, lo que ha hecho que mucha gente se abstenga, ya que hay que invertir más tiempo y exposición a la infección viral.

Así lucía el reconocido sitio de la capital de Colombia, llamado ‘El Madrugón’. Foto: El Tiempo

Ahora Kevin, como la mayoría de comerciantes, abre el negocio a las 12 del día y no a las 4 o 6 de la mañana como antes. Y así lo hizo hasta que el COVID-19 tocó a la puerta de su cuerpo. Tras 15 días de trabajo, con ansias de volver a levantarse de la crisis, se sintió mal, ardía en fiebre, le dolía el cuerpo, el dolor de cabeza no le calmaba, sospechó que podía ser un caso positivo para coronavirus. Así que, con temor, habló con su jefe y tomó la decisión por su bien y el de las personas que lo rodeaban de entrar en cuarentena.

Él vive con cuatro familiares y notó que el trato de su familia cambió, ahora eran bastante toscos, le decían que no saliera de su cuarto. Entonces, preocupado por las obligaciones que tiene, no paraba de enviar hojas de vida, mientras llamaba intensamente a la línea del 123 para solicitar la prueba. Solo salía de su cuarto al baño, y lo hizo así por más de 15 días alejado de todos. Aunque su malestar no duró más de 5 días, su familia lo presionó para que no saliera hasta que se hiciera la prueba.

Así lo hizo, sintiéndose solo, sin amigos y sin familia con qué compartir, se sintió frustrado. Los problemas en su casa no paran, tiene responsabilidades, debe pagar arriendo y ayudar para la comida y demás gastos de la casa.

Bajo presión y sin respuesta de la entidad encargada de hacer las pruebas, no aguantó más, cumplió la cuarentena y habló con su anterior jefe para que le regresara el trabajo, ahora tiene la esperanza de que pueda hacerlo, porque después de enviar más de 100 hojas de vida, nadie responde.

Han pasado más 100 días desde que empezó la pandemia, ahora lo único que espera este joven es que todo pase para conseguir trabajo y regresar a aquel lugar que podía estresarlo con el ajetreo del centro, no importa levantarse a la madrugada, no importa volver a montarse en su bici y descender a 50 kilómetros de la loma, no importa el olor del centro, lo que importa es “trabajar” y hacerlo en un lugar que conoce, el antiguo ‘Madrugón’.  

| Nota del editor *

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