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Por qué la iglesia católica cambió su postura sobre la pena de muerte

Desde 1997, la iglesia contemplaba en su catecismo un criterio permisivo que fue desterrado y renovado.

«No matarás» (Ex 20, 13).

Desde el principio de su ministerio, el papa Francisco trabaja en diferentes niveles por la abolición universal de la pena de muerte efectiva y de la encubierta, como las ejecuciones extrajudiciales y la cadena perpetua.

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“Las penas perpetuas, que quitan la posibilidad de una redención moral y existencial, a favor del condenado y en el de la comunidad, son una forma de pena de muerte encubierta (Discurso ante una delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal, 23 de octubre de 2014).

Las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias son un fenómeno lamentablemente recurrente en países con o sin pena de muerte legal. Se trata de homicidios deliberados cometidos por agentes estatales, que a menudo se los hace pasar como resultado de enfrentamientos con presuntos delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para proteger a los ciudadanos. (Audiencia a la delegación de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte , 17.12.2018)

En ese propósito, después de veinte años se modificó el Catecismo de la Iglesia Católica publicado en 1997, en cuanto a la concepción eclesial acerca de la pena de muerte.

En el  texto  de 1997 (n.2267) la “Iglesia no excluye…, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”.

Ese criterio permisivo fue desterrado y renovado en el sentido de que  «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona»

“La dignidad de la persona no se pierde aun cuando haya cometido el peor de los crímenes, hoy en día hay otros medios para expiar el daño causado, ofreciendo al condenado la posibilidad y el tiempo para reparar el daño cometido, pensar sobre su acción y poder así cambiar de vida, al menos interiormente”, indicó el papa.

De acuerdo a Amnistía Internacional (AI), la pena de muerte es “el exponente máximo de pena cruel, inhumana y degradante. Cada día, algún Estado ejecuta o condena a muerte a alguien como castigo por algún delito, y a veces por actos que no deben estar castigados”.

En el mundo en 2017, los países campeones en aplicar la pena de muerte fueron China, Irán, Arabia Saudí, Irak y Pakistán. Irán y Sudán, aplican la pena de muerte a los opositores políticos. En el mundo, 170 naciones han abolido la pena capital o ya no la emplean; sólo cuatro países son responsables del 87% de las ejecuciones.

Los métodos más utilizados son la decapitación, ahorcamiento, inyección letal y muerte por arma de fuego.

En 2017, AI contabilizó 993 ejecuciones en 23 países y 2.591 condenas a muerte en 53 países. Varios de los condenados o ejecutados son menores de edad o pertenecientes a minorías étnicas, religiosas o políticas.

Regularmente sucede que las cifras reales de ejecuciones se mantienen en secreto; o  personas condenadas a la pena capital, resultan inocentes posteriormente.

“Por favor, paren las ejecuciones. La pena de muerte no tiene cabida en el siglo XXI”, dijo António Guterres, Secretario general de la ONU.

| Nota del editor *

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