Cuando se habla de problemas sociales tales como corrupción, violencia, desigualdad y demás, se ha intentado buscar responsables en distintos flancos, siendo el campo político y educativo los más recurrentes. Pero tanto el político corrupto como el ladrón de carteras salen ambos de la escuela como de la sociedad. Sin duda, el sujeto no es más que la suma de sus acciones; acciones que acontecen en una sociedad en la que lo político, económico, cultural, etc., van tejiendo la vida individual y colectiva, de donde la escuela es solamente una pequeña parte de ello. Ésta sólo ayuda a formar (¿deformar?), hasta donde le es posible, a ese sujeto moderno, pero hay que recordar que existen también otras instancias formativas como la familia, el entorno social o los medios de comunicación (sin duda estos últimos con una mayor influencia que la que pueden ejercer padres y profesores).
En este sentido habrá que decir que la responsabilidad sobre cómo se vive en las sociedades contemporáneas no recae únicamente en la escuela, como quiere acusársele frecuentemente, sino en todo ese entramado de discursos y acciones que acontecen en la vida cotidiana y que van configurando los diferentes modos de ser y estar en el mundo. Pero tampoco hay que ignorar que la escuela juega un papel fundamental a la hora de configurar la vida de los hombres. Ella ha ayudado a reproducir la idea de hombre y de sociedad que el capital ha necesitado. No hay que olvidar que la escuela nace a finales del siglo XVIII, con los ideales ilustrados, y se concretiza en el siglo subsiguiente en plena revolución industrial, configurándose al modelo de las fábricas y las cárceles. Es decir, nace como mecanismo de control y de reproducción de sujetos en pro de un Estado despótico y de la acumulación del capital.
Y si bien los modelos educativos de entonces hasta hoy han variado, no se puede negar que la naturaleza homogeneizadora, excluyente y mercantil ha permanecido. En gran medida, la escuela sigue siendo el lugar donde se producen sujetos dóciles, consumistas y eficientes. Sus huellas pedagógicas develan aún un sistema configurado según el modelo económico y las demandas del mercado. En efecto, al igual que en el capitalismo de punta, se estimula la competencia, el individualismo exacerbado y la eficacia ciega. Se incentiva la competitividad y la exclusión, donde todo triunfo propio lleva consigo el precio de las derrotas ajenas. Como diría William Ospina: “casi nos obligan a sentir orgullo de haber dejado atrás a los demás”. Lastimosamente, aun en las aulas permanece la pedagogía de la sociedad capitalista excluyente, en la que se tiene “éxito”en la medida en que se excluye o se pasa por encima de los otros.
Afortunadamente existen prácticas alternativas de resistencia. Prácticas que, desde la educación, hacen frente a esta situación de degradación para transformarla. Hombres y mujeres que desde su labor docente apuestan por prácticas educativas de inclusión y pensamiento autónomo, en las que los estudiantes puedan llevar a cabo un proceso de formación capaz de desestabilizar el orden imperante que sacrifica a los hombres en el altar del sistema. Una lucha pedagógica en orden a reivindicar los derechos de los vencidos, de aquellos que quedaron excluidos, relegados de la vida, ya sea por su condición física, social, de raza, genero, etc., y que han sido sistemáticamente desechados por esta lógica. Esto con el fin de pensarse otro mundo posible, uno en el que quepan muchos mundos sin supremacía de unos sobre otros. Es en este horizonte donde nuestras invitadas plantearon diferentes alternativas, sentires y utopías por las que luchar, seguras de que el camino es no sólo posible, sino necesario; aun cuando ello implique plantear otros escenarios que vayan más allá del aula de clase.
Conducen Víctor Rojas y Valkyria Bernal (Estudiante de Pedagogía Infantil).
