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Evangelios apócrifos y la Iglesia

Varios Pontífices de Roma se han referido a los evangelios apócrifos como una fuente para conocer mejor los inicios del cristianismo.

Según la Real Academia Española, el adjetivo “apócrifo” en una de sus tres acepciones significa: “Dicho de un libro de la Biblia: Que no está aceptado en el canon de esta”. Los Evangelios canónicos son Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Varios Pontífices de Roma se han referido a los evangelios apócrifos como una fuente para conocer mejor los inicios del cristianismo.

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San Pablo VI  en la Exhortación Apostólica

Marialis Cultus: mencionando las celebraciones marianas del Calendario Romano General, nombra algunas más que, “prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones, enraizadas sobre todo en Oriente”.

San Juan Pablo II en la Audiencia del 10 de mayo de 2000 dijo que “a diferencia de los escritos apócrifos, los evangelios canónicos no presentan el acontecimiento de la resurrección en sí, sino más bien la presencia nueva y diferente de Cristo resucitado en medio de sus discípulos”.

Uno de dichos acontecimientos narrados en el Evangelio de Pedro es de que “apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno, y a una cruz seguirlos.
7. Y oyeron una voz, que preguntaba en las alturas: ¿Has predicado a los que están dormidos?
8. Y se escuchó venir de la cruz esta respuesta: Sí.”

Benedicto XVI durante su papado se refirió a varios apócrifos, “Hechos de Felipe”, “Hechos de Juan”, “Protoevangelio de Santiago; que “exalta la santidad y la virginidad de María, la Madre de Jesús”. (Audiencia General del 28 de junio de 2006).

Del Protoevangelio de Santiago, se deduce que los padres de María, la Madre de Jesús, son Joaquín y Ana; el primero “muy afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al desierto. Y allí plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciendo entre sí: No comeré, ni beberé, hasta que el Señor, mi Dios, me visite, y la oración será mi comida y mi bebida”.

Ana, su mujer, de acuerdo a ese Protoevangelio, se deshacía en lágrimas, y lamentaba su doble aflicción, llorando por su viudez, y por su esterilidad. De María, este evangelio apócrifo, indica que “la niña se fortificaba de día en día. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la puso en el suelo, para ver si se mantenía en pie. Y la niña dio siete pasos, y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la levantó, diciendo: Por la vida del Señor, que no marcharás sobre el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo. Y estableció un santuario en su dormitorio, y no le dejaba tocar nada que estuviese manchado, o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se conservaban sin mancilla, y que entretenían a la niña con sus juegos”.

Sobre María Magdalena, la Arquidiócesis de Bogotá puntualizó que la información sobre ella “en los evangelios canónicos es escasa. María Magdalena es mencionada, tanto en el Nuevo Testamento canónico como en varios evangelios apócrifos, como una distinguida discípula de Jesús de Nazaret”.

@luforero4

| Nota del editor *

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