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Imperio de luz 

Una belleza de luz y sombras

Por: Daniel Rojas Chía 

Luego de grandes películas como 1917 (2019), o Skyfall (2012), entre otras, el director inglés Sam Mendes, nos ofrece una carta abierta al cine mediante una historia con bellas imágenes en vez de versos, encuadres magistrales y actuaciones que resaltan la intensidad de los momentos. 

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Imperio de la luz cuenta una historia centrada a principio de los 80, en la que Hilary Small (Olivia Colman), es la administradora de una sala de cine llamada Empire, ubicada en una hermosa edificación en la ciudad costera de Kent, Inglaterra. Es una mujer deprimida, frustrada e inestable, que intenta combatir ese desequilibrio que la atormenta con medicamentos. 

En la historia se presentan varios personajes que van tomando forma alrededor de Hilary como el Señor Ellis (Colin Firth), un tipo abusivo y oportunista. Otro personaje es Stephen (MIchael Ward), un empleado negro recién llegado al teatro, (el color de piel tiene un contexto en la cinta). También está el señor Norman (Toby Jones), proyectista del Empire que desarrolla un maravilloso papel, como sucede con este talentoso actor nacido en el Reino Unido. 

Sam Mendes presenta una estética que asoma a la magia y que aparece desde el primer plano, haciendo del recurso vital de la luz una protagonista tácita que le confiere cierta profundidad a cada plano. 

Mientras se desarrolla el complejo personaje de Hilary construido magistralmente por Olivia Colman, entabla una amistad con Stephen, una persona mucho más joven que tiene como objetivo ingresar a la universidad. En estos arcos narrativos emergen problemáticas como el abuso sexual, el amor, el creciente racismo hacia personas negras y extranjeros por parte de los grupos de ultraderecha concentrados en los skinheads fascistas, y cómo su presencia afecta a una sociedad que parece nunca estar lista para conciliar con los errores del pasado. 

Esta ramificación de temas, además de la salud mental por esquizofrenia, abarca demasiados puntos de atención que en ocasiones hacen que la película pierde ritmo, pero la bellísima dirección de fotografía del siempre impecable Roger Deakins, hace que el placer visual sea aún mayor que el narrativo. 

La cinta no pierde la capacidad de narrar una historia, gracias al maravilloso trabajo de Olivia Colman, a las subtramas que se tejen con su personaje y a los demás, que provocan el suficiente interés para que las imágenes sean aún más atractivas. 

Con casi dos horas de duración, la película no logra sobreponerse a ciertos sobresaltos. Vale la pena resaltar que los encargados de la musicalización son Trent Reznor y Atticus Ross, dos grandes personajes en este tema y ganadores del Oscar por películas como Soul (2020), en ocasiones no parece lograr construir la intensidad necesaria en la ambientación que requerían ciertos momentos. 

Sam Mendes regresa a la pantalla grande con un relato que ofrece una gran composición de la imagen, notables actuaciones, tanto que sorprende que Olivia Colman no esté nominada a los premios Oscar, con un guion que en ocasiones parece perderse por pretender abarcar demasiadas temáticas, y aun así, es un deleite visual para quienes amamos la luz en la imagen en movimiento en el cine. Que la disfrute.

| Nota del editor *

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