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[Crónica] Por la cuarenta y cinco en veintidós: Recorriendo la Ruta del Sol Parte III

El viaje sigue en medio de incertidumbres transportarse exige audacia para no ser descubiertos por los conductores de los camiones.

Por Diego Reyes

Primer Tráiler

A las 4 de la tarde nos levantamos de la mesa, empacamos, compramos algo de comida y caminamos hacia la vía principal. Una vez en el asfalto, descansamos en una curva mientras contemplaba el tráfico y las verdes montañas que nos separaban de Bogotá.

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Continuamos ascendiendo por la calzada en busca de un reductor de velocidad. A media distancia, tras un puente peatonal, se encontraba transversal nuestro tiquete de pasaje. A los costados: palmas y árboles en ralos surcos nos servían de escondite. Acuclillados en el pasto y detrás de un tronco veíamos con ojos grandes cada tráiler que pasaba. Containers y remolques encarpados eran imposibles, carrotanques y niñeras peligrosos y prohibidos. Un remolque con estacas, una plataforma pesada y con carga baja eran el objetivo.

En un pestañeo, al frente de nosotros pasaba una plataforma a pedir de boca. Andrés y Jhon, más atentos y experimentados, corrieron y se agarraron de los amarres. Yo, conmocionado y nervioso reaccioné tarde. Los carros que venían atrás y la gente que nos veía me intimidaron. Al ver que no avanzaba, no tuvieron más opción que desistir.

Pasaron 30 minutos hasta que volviera a pasar otro planchón descarpado. Con una carga que nos llegaba a la mitad del pecho era el indicado para ir cómodos y con menos riesgo. Concentrado, ejecuté la maniobra sin contratiempos. Correr, trepar y esperar en el rabillo del tráiler, cubiertos por la carga, hasta que el vehículo saliera del pueblo.

En las afueras nos empezamos a acomodar. Una carpa empolvada y mugrienta fue limpiada por nuestras maletas, cuerpo y ropa. Poco a poco avanzamos en rodillas sobre la carga hasta llegar a la cabecera del remolque donde nos recostamos con satisfacción. Pasados 10 minutos el vehículo entró a una planada empedrada donde frenó bruscamente.

  • ¿Ustedes qué hacen ahí? – preguntó el chofer quien aparentaba revisar las llantas.
  • Vamos para Santa Marta a conocer, ¿será que usted nos puede acercar? expresó Andrés
  • No, no puedo, la Policía me jode si los ve a ustedes allá arriba- respondió el chofer
  • Vea que somos gente de bien, háganos el favor- suplicó Jhon.
  • No, no pelados, no puedo, bájense-

No había opción. Al frente un carro tanque también había parado. Pedimos permiso al chofer para irnos colgados, su respuesta fue negativa. Bajamos hasta una curva con la esperanza de que un conductor samaritano nos recogiera, pero no fue así. El sol se ocultaba y la noche ya empezaba a preocuparnos. Sin más remedio empezamos a caminar cuesta arriba.

1 hora de recorrido a pie, ni siquiera los buses se atrevían a recogernos. A las 7:00 de la noche todo estaba completamente oscuro. A la distancia me hizo la piel de gallina una sombra recostada sobre un portón de madera que nos miraba. Continuamos. Era un joven jornalero del sector que esperaba a alguien. Cansados, nos sentamos a pocos metros de él. Nos preguntó por yerba. Andrés, muy amablemente, le obsequió una pequeña roquita (un poco más de una dosis mínima) de marihuana, a la vez que armaba un bareto. Al rato, llegó una señora que se ubicó cerca de nosotros. Esperaba el bus en el que nos dirigiríamos al municipio de Guaduas.

Martes 19 de diciembre 10:00 pm – 12:00 am

La ruta era larga pero alucinante. Especialmente para Andrés y Jhon que a pesar del fuerte viento se las ingeniaban para prender su pipa con yerba. El sonido monótono del motor en cada cambio de velocidad, los frenos de aire y la tibia brisa empezaban a arrullar. En al menos dos horas habíamos dejado atrás poblaciones como Cachipay; municipio floricultor por excelencia y antigua ruta del ferrocarril de Girardot y Puerto Vargas; caserío agricultor a orillas del Río Negro. Todas estas aledañas a la Ruta del Sol.

Repentinamente llegamos a un cruce con dos caminos señalados. Izquierda, Honda, La Dorada. Derecha, Medellín, Cartagena. Cruzamos los dedos para que el conductor virara a la derecha, la izquierda representaba retraso e incertidumbre. Por suerte giró a la derecha.

La entrada del vehículo a una báscula nos puso inmediatamente en alerta. La iluminación del lugar nos dejaba al descubierto. El sitio lo acompañaban una estación de gasolina, dos edificaciones y un puñado de personas que murmullaban. Con temor a ser delatados nos juntamos y presionamos sobre la carga. El descenso del chofer a revisar amarres aumentó el suspenso.

Aparentemente invisibles, continuamos la ruta sobre el vehículo. Todo parecía volver a la normalidad. Sin embargo, kilómetros adelante la plataforma se detuvo a una orilla de la vía. De nuevo, el conductor se bajó revisó amarres y llantas. Se paró a un costado y nos observó.

  • ¿Ustedes quiénes son, ¿qué hacen ahí?

Andrés, con dos saltos se bajó y se acercó amigable y cautelosamente.

Mi hermano somos viajeros, vamos para Santa Marta a conocer, será que usted nos puede acercar por favor, vea que somos gente correcta, nosotros nos portamos bien.

Con voz suplicante y la humildad e inocencia propias de un adolescente que pide permiso a su padre para salir, Andrés imploró al conductor por un chance en aquel arrastre.

  • Solo los puedo acercar hasta Dos y Medio, Puerto Boyacá, ahí me quedo- respondió el chófer
  • ¿Y ahí hay reductor de velocidad? – preguntó Andrés
  • Sí hay, allá pueden coger otro-

Muy agradecidos bajamos para ayudar a apretar lazos, ajustar guayas y acomodar estacas, al parecer las habíamos desajustado mientras nos acomodamos. Luego de intercambiar un par de palabras con el amable conductor cada uno volvió a su lugar. Continuamos el recorrido.

Con los corazones palpitantes de alegría nos estiramos sobre la carga. Ahora, cómodos y con permiso para viajar, nada nos preocupaba. Acostados boca arriba, apreciábamos el cielo despejado, la luna nueva y una infinidad de estrellas, mientras nos arropaba el tibio aire de la ribera magdalenense.

Por unos momentos olvidé problemas, necesidades y cualquier situación negativa. Sucios y con riesgos sí, pero no cambiaba aquel momento por el más lujoso medio de transporte.

| Nota del editor *

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